El periodista-historiador norteamericano Robert Kaplan, en su libro “La Anarquía que viene” (Serie B, año 2000), plantea un visión más bien pesimista del mundo postguerra fría, que en el momento de su publicación (1994) contrastaba con el triunfalismo de la tesis de Francis Fukuyama y su patético anuncio del “fin de la historia” y el triunfo total y sin contrapeso de la democracia occidental y el neoliberalismo económico...
Su análisis se centra en como las políticas post colonialistas europeas y el vaivén de la Guerra Fría habían creado y mantenido Estados inexistentes en su condición nacional, jurídica, política y/o social; ejemplificados, según Kaplan, en la África occidental (Ghana, Costa de Marfil, Liberia etc). A estos se pueden sumar Haití, Macedonia o Paraguay, aunque con un germen distinto a los del continente negro, y que hoy en día se suelen conocer como Estados fallidos.
Las características principales de estos Estados fallidos es que sólo son capaces de controlar porciones mínimas de los territorios que los Atlas mundiales les adjudican, dejando gran parte de sus extensas zonas geográficas en manos de guerrillas (Costa de Marfil) o el crimen organizado (Haití). Esta situación de precariedad sólo consigue generar mayor inseguridad y pobreza en la población, que angustiada ha optado por la inmigración masiva a los núcleos urbanos de estos países (Puerto Príncipe, Skopje, Abiyán) creando verdaderas ciudades-estados donde sí existe un control del Gobierno.
En este punto Kaplan alude a que también existen grandes urbes en Estados hipotéticamente fuertes (India, Brasil, Turquía), donde la paradoja de las ciudades-Estados también está presente con grandes enclaves dentro de las ciudades más importantes y donde la presencia policial, y por ende el referente máximo del estado de derecho, no actúa.
Santiago es una de las urbes más
modernas de Sudamérica, pero el peso de controlar todo un país puede derivar en
que la capital de Chile se trasforme en una ciudad-Estado.
Sin bien Santiago no es una urbe de características colosales y salvo algunos barrios (La Pincoya) la acción policial es reducida –cosa que en países desarrollados también ocurre como el Chinatown de Londres o La Barranquilla en Madrid – y, además, la presencia del Estado en las regiones se nota, ayudado muchas veces por el despliegue militar; no es menos cierto que Santiago es una ciudad que administrativa y económicamente controla el país entero sin contrapeso.
Un futuro, la excesiva centralización de Chile, mezclada con las marcadas diferencias que la prepotente globalización crea, pueden degenerar en dos crisis: regionalismos irredentistas (Magallanes, Iquique, Región de la Araucanía) o la consolidación de una ciudad-Estado moderna avanzada que maneja recursos y zonas geográficas para un interés particular.
Lo que es peor, en esa ciudad-Estado que es Santiago, la miel de los beneficios del progreso sólo la consumen la mitad de la población, siendo optimistas, pues en los barrios periféricos el progreso sólo llega a goterones. En barrios enteros miles de familias viven hacinadas (La Florida, Puente Alto) con sueldos mucho más bajo que los 13.000 dólares anuales que señala el ingreso per cápita del país. Son en estos barrios donde el plan Transantiago no cuaja.
Históricamente Chile ha sido un Estado fuerte durante los siglos XIX y XX (quizás el más fuerte de Latinoamérica), pero no es menos cierto que el escenario de esas centurias puede ser muy distinto durante el presente siglo. Las guerras convencionales parecen haber acabado, para dar paso a conflictos asimétricos (países versus guerrillas o grupos terroristas); la libertad de comercio hacen que la economía de Chile sea vulnerable a las crisis de otros rincones del mundo (donde el paradigma de Kaplan sí está presente con fuerza). Como anécdota, no hay que olvidar que el nacionalismo argentino sitúa a Chile entre el Valle del Elquí y el río Bio Bio, el resto de los territorios nacionales, según algunos trasandinos, se los debemos al hambriento imperialismo que profesamos.
En resumen, Santiago debe adelantarse a cualquier terremoto interno o externo para impedir que situaciones alarmantes que suceden ya no en los lejanos estados fallidos, sino en países cercanos como México o Brasil (que son economía mucho más grandes que la nuestra y con un ingreso per capita mayor al nuestro) se presenten en el Chile del bicentenario que sueña con ser desarrollado. Ese adelantamiento pasa por eliminar la desigualdad, tanto del reparto de recursos, como en la política administrativa del país y deshacer cualquier asomo de una ciudad-Estado de las características que plantea Kaplan o con tintes imperiales de una ciudad.
muaja.. ¡peero!
ResponderEliminarla mártir de Marta Ehlers es capaz de ir a la cárcel por no entregar la postinor 2, ¿y qué es capaz de hacer por los apu que hay al lado de una automotora jaguar?
no joda, Santiago, Chile y Sudamérica a shres años luz del desarrollo y del Estado de Derecho, no hay ningún consejo que dar.. ya es fallido