26/4/08

La manifestación como opción (píldora)

Pocas cosas empujan a la calle al ciudadano medio en Chile. No hace mucho, éste quedó estupefacto cuando los estudiantes secundarios demostraron tener disciplina y fuerza para paralizar la educación chilena durante un mes y medio. Fue la llamada Revolución de los Pingüinos y la gran mayoría de los chilenos sintieron espontánea simpatía por el singular movimiento, más allá de los esporádicos disturbios que se producían cuando bizarramente los estudiantes intentaban llegar marchando hasta La Moneda (bizarro, como concepto de valentía, claro está).
Muy por el contrario, en marzo del 2003, un profesor universitario, creo que de apellido Massone, arengó a los estudiantes de su clase, entre los que me encontraba yo, para que salieran a la calle y protestaran por la inminente invasión a Irak. “A ustedes les corresponde manifestarse y por alguna razón que no logro desvelar, no lo hacen”, espetó bastante molesto.
Y no lo hicimos aquella vez y mi generación -en términos universitarios- sólo salió de la abulia cuando George Bush vino a la Cumbre de la APEC el 2004 y 30 mil almas zarparon desde el Parque Almagro hasta la Alameda. Colores, vítores, alegría, fiesta, otro mundo es (era) posible.
Desde que Pinochet dejó La Moneda pocas veces se han reunido los chilenos para protestar, para marchar, para manifestar, para enrostrarle al poder establecido que la suma de todos es más imponente que los dictámenes de una Democracia oscilante y ante todo administrada.
Pero duele establecer los porqué de aquella anomalía democrática que Chile vive post-dictadura, salvo contadas excepciones como la Revolución de los Pingüinos antes señalada. Sin lugar a dudas el manejo mediático de la elite actúa como pared para contener impulsos y minimizar actos multitudinarios.
Si no hay un fin social o político, la gente sale a raudales de sus casas para ser “sociedad”, como cuando Spencer Tunick fotografió a 20 mil chilenos desnudos en el Parque Forestal y todos pensaron que el morbo reprimido movía a la ciudadanía. Claramente se erraba en la razón de esa represión…
Por eso los casi 15 mil santiaguinos que el día martes 22 de abril del 2008 se movilizaron a favor de la llamada “Píldora del día Después“, luego de que el Tribunal Constitucional decretara que el Estado no podía distribuir el fármaco en los consultorios públicos, por ser considerada abortiva, más sin embargo si podía ser comercializada en establecimientos privados, es doblemente satisfactorio pues demuestra cierta unidad en temas de interés nacional y que afectan directamente al ciudadano, pero sobretodo rompe con la tendencia de ver como el poder establecido hace y deshace sin tener, al menos, una sanción social.
Un paso adelante, pero no fundamental.

El debate

Más allá del debate sobre las capacidades abortivas de la píldora, del valor moral de la misma y del principio y el derecho a la vida; la decisión del Tribunal Constitucional corta la posibilidad que exista una transferencia de “moralidad” entre el Estado y el ciudadano, siendo el primero quien reclame para sí todos los atributos a la hora de imponer una “forma de ser moral“ frente a una disyuntiva llamada “píldora“.
No hay que confundir, no es la Iglesia Católica, ni un ethos cristiano; es el mega-Estado quien coartaría al ciudadano y por eso este fallo es lamentable. La iglesia sólo hace un lobby permanente, agresivo e indolente para lograr que su punto de vista se imponga en el pseudodebate, lobby que siempre ha existido y siempre existirá; por lo que la multitudinaria marcha es una respuesta contundente a ese lobby. Lamentablemente no se puede decretar una situación de empate ante aquel totalitario Leviatán, pero cabe subrayar que esa imposición moral auspiciada por ese lobby es tan dañina como cuando la URSS fusiló a Dios en 1917 tras la Revolución, disparándole a las nubes y decretando el fin de las religiones o creencias.
Ahora bien, suponiendo que la idea de la “transferencia” es aplicable -opción personal de usar el fármaco, libertad para elegir consumir o no la píldora- y considerando que en el mercado la píldora se puede comprar en las onerosas farmacias chilenas; cabe preguntarse porqué la ultra derecha cercana al Opus, insípidos personajes como Jorge Reyes y la mayoría de lo miembros de la Iglesia católica defienden la no distribución gratuita de la píldora.
Y es que en el fondo no es un tema sólo de moral, sino un tema de recursos y el uso moral de los mismos.

Política por sobre la moral
Lo que estaría en juego son recursos del Estado de Chile y, según la lógica de los grupos de presión antes nombrado, no es correcto que el Estado gaste dinero de todos en la compra y distribución de una píldora que podría llegar ser abortiva en algún momento, en algún útero, en algún instante de la sagrada humanidad; pues una cosa es el bien (moral) público -distribución gratuita del fármaco- y otra el bien (moral) privado -compra y venta del remedio en las farmacias-.
Fueron los políticos de derecha, contrarios a la distribución, los que impusieron esa idea “política” al debate cuando se negaron a entregar el fármaco en los consultorios que dependían de sus municipalidades, cuando aún el Tribunal no se pronunciaba.
(Al parecer -pese al dictamen del ente constitucional- sería esta la lógica que primará ahora, trasfiriéndole a los alcaldes parte de la “moralidad” antes planteada).
Pues bien, la distribución de la píldora dependería entonces de la administración que esté mandando en La Moneda y su entrega a cargo del municipio del cual depende el consultorio; y cuando cambie el color político de la autoridad, cambiaría la ejecución de los programas de planificación familiar de los individuos. Es decir, siempre elegirá la autoridad por sobre el ciudadano.

Siempre igual.
Paradójicamente esa idea, la de un Gobierno administrador, ora en lo económico, ora en lo valórico, y que ya he expuesto anteriormente en otros posts, se contrapone con el conservadurismo moral de parte de la derecha chilena que impide al gobierno de turno “administrar” los recursos según sus motivaciones y apreciaciones éticas.
En definitiva esos son los matices que separan A o B y nos demuestran que, a pesar de líneas económicas similares, entre A o B hay un abanico de diferencias que nos empujan a elegir según los conceptos de una Democracia a la usanza del siglo XX, aunque en el fondo quien manda es una elite reducida y que no propiciará ninguna cirugía mayor en el modelo económico y social que nos aflige; y que con su ganas de minimizar la Democracia merman cada vez más la ilusión que incentiva ese cambio.
Para elegir se sobrepondrán necesidades morales por sobre necesidades identitarias, necesidades de cambio, necesidades de querer un país diferente, con una distribución del ingreso decente. Un país integrado e integral.
Esta lucha tan emblemática, que es el derecho a elegir moralmente, merma el horizonte final que es modificar el sistema social. Una vez más la elite y los poderes fácticos logran que muchos impulsos se diluyan en peleas ciudadanas leves y que ya deberían estar subsanadas.
Sin embargo, eso no nos inhabilita a seguir manifestando nuestra disconformidad ante el absolutismo valórico del Estado.

21/4/08

Llueve en Madrid...

Una vez le preguntaron a Albert Einstein como sería la III Guerra Mundial según él.
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Aún humeaban los vestigios del segundo conflicto denominado “mundial” y el temor a una inminente conflagración nuclear tenía a todos asustados: se olía en el ambiente que la tecnología militar evolucionaba más rápido que la asimilación planetaria de la paz; y a esa altura, cuando le preguntaron a Einstein sobre su íntima proyección, EE.UU. y la U.R.S.S ya se habían rifado los escuadrones de científicos del Tercer Reich. Ahora ambas potencias tenían la Bomba H. “No sé como será la III Guerra Mundial“, respondió humildemente el judío alemán para luego añadir, “pero sí pienso que la IV, la humanidad la peleará con palos y piedras”.
Una mente preclara la de Einstein, que demostraba intuir sociológicamente tanto o más que en términos puramente físicos.
Como él, muchos analistas o simples hombres de ciencias han predicho diversas utopías o destopías o posibles cauces por donde la humanidad se enfrentará en el futuro.
Ahí esta el fin de la Historia de Fukuyama, por ejemplo, con el capitalismo y la democracia como estadios culmines de un proceso que nace con la ilustración y la revolución industrial.
Y las teorías positivistas de los neocon, manifestadas en escritos que llegan a Chile camuflados de liberalismo económico, pero nunca social, que buscan mermar el interés y la capacidad de la Democracia, apuntando de que ahora en más (en el presente y en el futuro) ya no habrá más enemigos políticos, salvo los comerciales, por lo que optar entre una colectividad u otra es una mera decisión de consumo.
A mediados de los ‘90 algunas voces señalaron que las guerras futuras no serían por el petróleo -tan de moda tras la II Guerra del Golfo Pérsico- sino por el agua…
Y con Al Gore y el cambio climático en términos súper mediáticos y removiendo las conciencias de los ciudadanos de bien, el tema del agua ya es principal. Ya asusta, ya genera enojos, molestia, peleas, rabia, desprecios. Y detrás de ese bien cada vez más transable se esconde la perpetua lucha por la energía.
Y esos enfrentamientos por ella ya se palpan acá en España, por ejemplo, y en África donde siempre fue una necesidad entre necesidades varias.
En esta semana el agua ha hecho noticia doblemente en la península ibérica.
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El trasvase.
Por características geográficas Barcelona es una ciudad que no cuenta con un caudal cercano y potente que le proporcione raudales del líquido vital. El agua del grifo es, además de un mal sabor, no como la de Madrid. La sequía de estos últimos años ha multiplicado ese problema, ya de por si potenciado debido a que BCN es BCN, una ciudad industrial que demanda agua para funcionar por sobre la necesidad de otros.
Geopolíticamente España se divide por Comunidades Autónomas bajo el alero de un gobierno central que administra, entre otras cosas, las relaciones entre esas diversas comunidades. Y esta semana el gobierno central, en manos de Zapatero, optó por dar luz verde a un polémico proyecto que posibilitará desviar agua desde el río Ebro (lecho que atraviesa Aragón) hasta la ciudad Condal mediante cañerías y pantanos varios.
Es lo que se denomina trasvase, aunque el gobierno central no lo llame así y yo no sepa dilucidar un nombre certero para el entuerto, pues no soy hidrógrafo ni geólogo o como se llame la profesión que estudia los temas acuáticos, aunque en este caso la denominación va de la mano más bien de la pericia legal y del buen ojo político.
La Gerenalitat Valenciana y Murcia también requieren agua y no están dispuestas a aceptar que a Barcelona les den agua y a ellos no.
Y claro la ecuación política es simple. Cataluña y Aragón están en manos del PSOE y Valencia y Murcia son comunidades mandadas por el PP. También se oyen alaridos referentes al daño ecológico que la merma de caudal en el Ebro podría producir.
Y mientras todo esto ocurre, paradójicamente, en España llueve como nunca yo había visto…
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Llueve en Madrid.
Sumando y restando llevo dos años en España y en efecto nunca había visto dos semanas como estás. Dos semanas de temporal, de lluvia intensa, de inundaciones, de puertos cerrados, de partes radiales informando por el estado de las carreteras, de sirenas raudas al anochecer, cuyo ruido se mezcla con el incesante golpeteo de miles de gotas que caen en la ventana. Y el frío, ingrediente extraviado en otras jornadas, ahora se muestra con prepotente desidia para recordarnos que las cuatro estaciones nunca están del todo claras en Madrid y que esta Primavera más parece un Otoño envejecido.
Y me gusta. Me gusta la lluvia y alguna vez afirmé que la tímida lluvia que había conocido en Madrid no se comparaba con la de Chile: lluvia ágil, dura y duradera. Que aúna frió, agua, asfalto, barro y unas ganas de armar un refugio en una cama y aguantar el chaparrón entre el humo crema, la música, lecturas varias y una sopa de tomate.

Cuando iba a la Universidad y entre el 2000 y 2002 se produjeron grandes inundaciones en STGO, siempre agradecí la posibilidad de disfrutar la lluvia en esos términos agradables. Iba en la micro, de esas amarillas, y mientras caían las primeras gotas y los matinales de la TV ya desplegaban a sus periodistas por los barrios más mal construidos de la capital, donde el anegamiento es siempre seguro, yo disfrutaba del agua y del frío y me negaba a entrar en la catarsis colectiva de la mitad de chilenos. Esos que ante las imágenes de TV que mostraban a la otra mitad de chilenos incapaces de mantener una relación pro-positiva con la lluvia, pues para ellos sí que es un ente dañino y malvado, se alzaban para ayudar y salvar sus almas.
Y ahora en Chile tampoco ha llovido según parece, pero como Chile es una República centralizada al máximo no habrá trasvase ni nada por el estilo. Y es que no hay ríos, no hay represas, no hay gas y la falta de agua no sólo afecta el sistema hidrológico, sino al energético, en Chile, para evitar problemas y para ahorrar, habrá racionamiento eléctrico.

12/4/08

Rabat 2024, los primeros JJ.OO. en África

Año bisiesto, año de Juegos Olímpicos.
Aunque tengo vagos recuerdos del año 1987, creo que tomé uso de razón el ‘88 cuando tenía seis años.

Si bien no encuentro antecedentes mentales del 29 de febrero de aquel curso -o de la grandiosa experiencia de vivir un día más-; muchas imágenes visuales aparecen en mis recuerdos al evocar las Olimpiadas de Seúl. A saber: el canadiense Ben Johnson, alzando el índice al ganar los 100 metros planos ultra dopado al siempre correcto estadounidense Carl Lewis, en esa ocasión dopado a medias. Johnson sería descalificado tras dar positivo en los controles antidoping… Otra: el saltador Gerg Louganis golpeándose estrepitosamente la cabeza con el trampolín en las eliminatorias de la prueba de ornamentales. Luego se colgó la de oro, pues, a pesar del golpe, ganó. Después se sabría que Louganis tenía el VIH cuando su sangre se esparció por aquella piscina de la capital surcoreana.
(Paradójicamente no recuerdo nada de la plata de Alfonso de Irruarrizaga en tiro skeet).
Los JJ.OO. siempre generan noticias por sobre el manido espíritu del barón francés Pierre de Cubertain, un preclaro hombre global, cuya frase memorable -“lo importante no es ganar sino competir“- fue manida ya al parir, pues ni siquiera era de su autoría, sino de un cura al cual oyó en un sermón días antes de la inauguración de los JJ.OO. de París en 1900. Todo parece ya manido.
Y la política siempre se manifestó. Los nazis en Berlín ‘36, la matanza de Tlatelolco y el Black Power en México 1968, el asesinato de doce atletas israelitas en Munich 1972 a manos del Septiembre Negro, pero con la complicidad de la inoperante y nerviosa policía alemana.
Luego el boicot de los países africanos a Montreal 1976 (Canadá jugó un partido de rugby con la Sudáfrica del apartheid), luego el boicot de Carter contra la invasión Soviética a Afganistán, luego el boicot de Moscú a Los Ángeles. En fin…
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El Tíbet
Bueno, toda esta introducción es para manifestar mi profunda discordia con un Occidente cada vez menos crítico y cada vez más atrapado en los horizontes mediáticos controlados por unos pocos.
Este año Pekín albergará los JJ.OO.
Coincidencia o no, una revuelta estalló en el Tíbet, una revuelta de muchas que estallan en esa región dominada por China desde 1948, pero este año, por alguna razón, se filtraron cámaras -algo poco común en las tierras del dragón- e imágenes de la represión roja inundaron las cadenas mundiales. Y cómo somos animales rutinarios y dentro de esa rutina está ver la TV, y nunca informarnos por otros medios menos adheridos al club de inmediatez, Occidente se enteró que existía algo así como el Tíbet, que era una tierra oprimida por el imperialismo chino y ¡vaya coincidencia! (o no) este año las Olimpiadas son en esos lares…
Ocasión perfecta para protestar.
Y la antorcha olímpica se pasea por medio mundo y en medio mundo se levantan simpatizantes de aquellos valerosos monjes tibetanos. Incluso uno de estos protestantes apagó la famosa llama, hecho no confirmado del todo, pero que le da un aura de mayor desprecio a una nación que en breve se convertirá en el EJE imperial ya no del Tíbet sino de la Tierra. Y aparecen voces que hablan de boicot, líderes confirman que no irán a la inauguración, otros que si irán, y otros confirman que todavía no toman una decisión sobre tan crucial evento.
Pero la pregunta surge…
¿Por qué los líderes occidentales se molestan ahora de la política china que desde hace 50 años ha oprimido no sólo a tibetanos, sino que se comporta con una prepotencia digna de una nación expansionista e imperialista, conquistando pequeños islotes asiáticos -como las islas Parecels-, haciéndose con enclaves antes occidentales -como Honk-Kong y Macao- y apuntando misiles nucleares a enemigos infinitamente inferiores que ellos como lo es Taiwán?
(George Bush es un político mediocre que todo lo ha hecho mal y es en suma aborrecible, pero cabe consignar que sí tuvo el olfato para atender al Dalai Lama, líder del movimiento tibetano, personaje vedado en la política mundial por el poder chino, aún cuando en Europa no es del todo bienvenido, y ni hablar en Chile donde Bachelet ni lo meó cuando a fines del 2007 éste visitó Santiago)
Futuro
Lo tragicómico es que todo esto demuestra que los JJ.OO. parecen ser la única forma de promoción de las angustias de los cientos de pueblos oprimidos por Imperios, países, medios países o simples conglomerados económicos. Habrá que esperar entonces que Rabat o Casablanca organicen los JJ.OO. del 2020 para que el mundo se entere del ambiguo estatus que la población del Sahara Occidental vive, un pueblo amparado por una frágil ONU, pero a merced del exiguo, aunque no menos peligroso, expansionismo marroquí.
Y el 2024 la llama olímpica tendrá que encenderse en Estambul, para que entendamos las dificultades del choque identitario que se da en Anatolia entre musulmanes occidentalizados versus el integrismo religioso, choque que se cobra decenas de muertos por año y así dejemos de mirar con desprecio los procesos sociales del “euroasiatico” país de Ataturk.
Y el 2028 tendrá que ser en Moscú u otra urbe rusa para saber las barbaridades que el Kremlin ha cometido en el cáucaso, llegando incluso a inventarse graves atentados cometidos por los servicios de seguridad, pero culpando a rebeldes chechenos…
Y el 2032 en Santiago de Chile ¿Bastarán unos JJ.OO. para que se desnuden las falencias de un modelo social y económico trágico?
Reconozco que el deporte aún se honra esas dos semanas que duran los JJ.OO., pero las Olimpiadas son también un excusa para producir dinero, limpiar la imagen de naciones grandilocuentes, alzar la voz en pro de los DD.HH. a pesar de que el silencio de Occidente frente a los sucesos en el Tíbet en años pasados demuestran un triste oportunismo. No me cabe la menor duda que en dos años más, cuando se inicie el Mundial de Sudáfrica, todos nos enteraremos de la fragilidad y corrupción del Congreso Nacional Africano que gobierna en Pretoria; del autoaislamiento de los blancos y de la casi nula integración de las diversas tribus que poblan el sur del continente...
Desagradables hechos que ahora no existen.

5/4/08

Identidad de la Apariencia

Que Chile no tiene una identidad definida creo que ya lo he expuesto en este humilde medio. Pero día a día, con un leve análisis de contenido en la prensa, esa idea cobra más fuerza y más me asusta.
Y no me enorgullezco de eso, de percatarme de esa anomalía con tanta claridad acá en Madrid y redactarlo, caga’o de calor, en un café cerca de mi casa.
Tuve que salir de Chile para entender lo evidente.
La carencia de valores trasversales en la sociedad chilena sólo ayuda a que esa grieta económica que el neoliberalimo pragmático ha producido, tenga su símil en términos de masas. En Chile hay dos países -o quizás más- que viven de espaldas y que no se relacionan entre sí, donde su temporalidad es distinta, sus aspiraciones son distintas, sus miedos son distintos y donde, en definitiva, cuesta encontrar lazos que unan, que cuadren a esa sociedad bajo un bien mayor. Valores. Moralidad. Percepción. Historia.
Chile vive en un perfecto apartheid donde quien pertenece a la elite caucásica europeizada tiene su futuro asegurado (de sólo cinco colegios -privados y de Santiago- sale el 80% de los Gerentes de las grandes empresas chilenas). La educación no premia el mérito y ésta, como vehículo social, más parece un tranvía de corto recorrido…
Quien es de clase media, o media baja y tiene rasgos mestizos no surgirá. Simplemente no accederá a los privilegios de esa elite. Y claro, el aumento del poder adquisitivo de los últimos 20 años evidentemente genera una sensación de mejoría ¿Pero eso se traduce en representatividad política o social? ¿Es el Congreso chileno un fiel reflejo de la sociedad chilena, ya no en términos políticos, pues sabemos que no es así, sino de representatividad étnica? ¿Habrá otra vez en Chile un presidente mestizo como Pedro Aguirre Cerda?
Es triste, pues no puede haber representatividad en una sociedad que no asume como lo que es -mestiza- por lo que esa elite seguirá ocupando los espacios de poder y decisión política.
Sin embargo, si hay un rasgo que puede aunarnos a todos es el uso de la apariencia como reafirmación identitaria. Todos, en esa pirámide racial que es Chile, donde los blancos tienen el poder y el dinero, hasta los Mapuches que buscan desesperados su reconocimiento como pueblo distinto, caen en el juego de querer ser lo que no se es, lo que esconde el problema principal de todo: la carencia de esa añorada identidad nos empujan a aspirar a un estadio social y económico distinto, pues creemos que el que nos antecede en esa pirámide es mejor de lo que somos.


¿Porqué que somos?
La elite quiere ser lo más europeizada posible (nuestro Ministro de Economía sueña con emular económicamente a Portugal)… Goza viendo en las noticias a un español, va a los Starbucks gimiendo orgásmicamente, discute en el almuerzo dominical si es mejor ser los Ingleses de Sudamérica o los Jaguares del pacífico.
La clase media quiere ser reconocida por las altas capas de la sociedad como iguales. Y de ahí nace la caricatura del chileno de mediados de los 90’: ese con celular de plástico, que llena el carrito en el super, pero no compra nada, él que en pleno verano viaja por Santiago con las ventanas cerradas para “aparentar “ que tiene aire acondicionado.
Las económicamente bajas se reafirma en la diferencia con el mapuche. Miles de chilenos apuestan por esa diferencia para apuntar una supuesta mejoría económica y mejor status social. Chilenos que, quizás, sólo se diferencian de los mapuches por tener un apellido de origen español, pero que en rigor son racialmente iguales. Los populares “huincas”.
Y de eso es que nace este post.
Hoy sábado 5 de abril el diario popular La Cuarta publica una nota referida a un simple robo. Un individuo de origen mapuche saltó el muro de una casa y se robó un balón de gas. Al huir quedó ensartado en una de las rejas del inmueble, por lo que la policía lo detuvo fácilmente.
La nota, escrita por Miguel Vega, intenta ser una irónica, como todas la notas de La Cuarta. Pero en esta ocasión se burla denodadamente del la etnia mapuche, de los valores de estos y de paso de la historia de Chile.
La tesis de la nota, además, es liza y llanamente xenofóbica y apunta a que el Mapuche es flojo y ladrón.


Triste…
En sólo tres párrafos Vega dice cosas como:
“Aunque invocó al Pillán, patrono de los pungas (sic), sus esfuerzos para zafarse fueron inútiles y fue detenido y puesto a disposición del fiscal Marco Muñoz…”
“Tras apoderarse de un balón de gas de 15 kilos, Paillaleo gritó ¡marichihueu!”
Pillan, para los mapuches, es un espíritu benigno y más que un Dios puede ser un ancestro trasformado en divinidad por fundar una familia o un linaje.
Marichihueu es el grito de los guerreros mapuches antes de enfrentarse a los conquistadores españoles que, en rigor, nunca lograron derrotarlos. Detrás de ese grito hay una historia de resistencia que merece los mayores de los respetos.
Al menos a mi me enseñaron en la Escuela de Periodismo de la Andrés Bello que la noticia debía recurrir ciertos requisitos (cercanía, notoriedad, preeminencia, temporalidad) ¿Un hombre que roba un balón de gas es un peligro para la sociedad?
Esa nota, leída por los chilenos de clases bajas, mestizos en su mayoría, apuntala esos perjuicios en el inconsciente colectivo. O más bien subrayan esos perjuicios ya instalados en todo nuestra historia (mapuche flojo y ladrón). Los huincas temen al “indio”. La Cuarta se burla de las divinidades de una etnia. La Tercera dice que Matías Catrileo es un “joven inadaptado punk”.
Por menos que esto, los musulmanes quemaron cuatro embajadas occidentales en Siria debido a las caricaturas de Mahoma.
¿Qué haremos nosotros?
¿Cuándo nos asumiremos?