Muy por el contrario, en marzo del 2003, un profesor universitario, creo que de apellido Massone, arengó a los estudiantes de su clase, entre los que me encontraba yo, para que salieran a la calle y protestaran por la inminente invasión a Irak. “A ustedes les corresponde manifestarse y por alguna razón que no logro desvelar, no lo hacen”, espetó bastante molesto.
Y no lo hicimos aquella vez y mi generación -en términos universitarios- sólo salió de la abulia cuando George Bush vino a la Cumbre de la APEC el 2004 y 30 mil almas zarparon desde el Parque Almagro hasta la Alameda. Colores, vítores, alegría, fiesta, otro mundo es (era) posible.
Desde que Pinochet dejó La Moneda pocas veces se han reunido los chilenos para protestar, para marchar, para manifestar, para enrostrarle al poder establecido que la suma de todos es más imponente que los dictámenes de una Democracia oscilante y ante todo administrada.
Pero duele establecer los porqué de aquella anomalía democrática que Chile vive post-dictadura, salvo contadas excepciones como la Revolución de los Pingüinos antes señalada. Sin lugar a dudas el manejo mediático de la elite actúa como pared para contener impulsos y minimizar actos multitudinarios.
Si no hay un fin social o político, la gente sale a raudales de sus casas para ser “sociedad”, como cuando Spencer Tunick fotografió a 20 mil chilenos desnudos en el Parque Forestal y todos pensaron que el morbo reprimido movía a la ciudadanía. Claramente se erraba en la razón de esa represión…
Por eso los casi 15 mil santiaguinos que el día martes 22 de abril del 2008 se movilizaron a favor de la llamada “Píldora del día Después“, luego de que el Tribunal Constitucional decretara que el Estado no podía distribuir el fármaco en los consultorios públicos, por ser considerada abortiva, más sin embargo si podía ser comercializada en establecimientos privados, es doblemente satisfactorio pues demuestra cierta unidad en temas de interés nacional y que afectan directamente al ciudadano, pero sobretodo rompe con la tendencia de ver como el poder establecido hace y deshace sin tener, al menos, una sanción social.
Un paso adelante, pero no fundamental.
El debate
Más allá del debate sobre las capacidades abortivas de la píldora, del valor moral de la misma y del principio y el derecho a la vida; la decisión del Tribunal Constitucional corta la posibilidad que exista una transferencia de “moralidad” entre el Estado y el ciudadano, siendo el primero quien reclame para sí todos los atributos a la hora de imponer una “forma de ser moral“ frente a una disyuntiva llamada “píldora“.
No hay que confundir, no es la Iglesia Católica, ni un ethos cristiano; es el mega-Estado quien coartaría al ciudadano y por eso este fallo es lamentable. La iglesia sólo hace un lobby permanente, agresivo e indolente para lograr que su punto de vista se imponga en el pseudodebate, lobby que siempre ha existido y siempre existirá; por lo que la multitudinaria marcha es una respuesta contundente a ese lobby. Lamentablemente no se puede decretar una situación de empate ante aquel totalitario Leviatán, pero cabe subrayar que esa imposición moral auspiciada por ese lobby es tan dañina como cuando la URSS fusiló a Dios en 1917 tras la Revolución, disparándole a las nubes y decretando el fin de las religiones o creencias.
Ahora bien, suponiendo que la idea de la “transferencia” es aplicable -opción personal de usar el fármaco, libertad para elegir consumir o no la píldora- y considerando que en el mercado la píldora se puede comprar en las onerosas farmacias chilenas; cabe preguntarse porqué la ultra derecha cercana al Opus, insípidos personajes como Jorge Reyes y la mayoría de lo miembros de la Iglesia católica defienden la no distribución gratuita de la píldora.
Y es que en el fondo no es un tema sólo de moral, sino un tema de recursos y el uso moral de los mismos.
Política por sobre la moral
Lo que estaría en juego son recursos del Estado de Chile y, según la lógica de los grupos de presión antes nombrado, no es correcto que el Estado gaste dinero de todos en la compra y distribución de una píldora que podría llegar ser abortiva en algún momento, en algún útero, en algún instante de la sagrada humanidad; pues una cosa es el bien (moral) público -distribución gratuita del fármaco- y otra el bien (moral) privado -compra y venta del remedio en las farmacias-.
Fueron los políticos de derecha, contrarios a la distribución, los que impusieron esa idea “política” al debate cuando se negaron a entregar el fármaco en los consultorios que dependían de sus municipalidades, cuando aún el Tribunal no se pronunciaba.
(Al parecer -pese al dictamen del ente constitucional- sería esta la lógica que primará ahora, trasfiriéndole a los alcaldes parte de la “moralidad” antes planteada).
Pues bien, la distribución de la píldora dependería entonces de la administración que esté mandando en La Moneda y su entrega a cargo del municipio del cual depende el consultorio; y cuando cambie el color político de la autoridad, cambiaría la ejecución de los programas de planificación familiar de los individuos. Es decir, siempre elegirá la autoridad por sobre el ciudadano.
Siempre igual.
Paradójicamente esa idea, la de un Gobierno administrador, ora en lo económico, ora en lo valórico, y que ya he expuesto anteriormente en otros posts, se contrapone con el conservadurismo moral de parte de la derecha chilena que impide al gobierno de turno “administrar” los recursos según sus motivaciones y apreciaciones éticas.
En definitiva esos son los matices que separan A o B y nos demuestran que, a pesar de líneas económicas similares, entre A o B hay un abanico de diferencias que nos empujan a elegir según los conceptos de una Democracia a la usanza del siglo XX, aunque en el fondo quien manda es una elite reducida y que no propiciará ninguna cirugía mayor en el modelo económico y social que nos aflige; y que con su ganas de minimizar la Democracia merman cada vez más la ilusión que incentiva ese cambio.
Para elegir se sobrepondrán necesidades morales por sobre necesidades identitarias, necesidades de cambio, necesidades de querer un país diferente, con una distribución del ingreso decente. Un país integrado e integral.
Esta lucha tan emblemática, que es el derecho a elegir moralmente, merma el horizonte final que es modificar el sistema social. Una vez más la elite y los poderes fácticos logran que muchos impulsos se diluyan en peleas ciudadanas leves y que ya deberían estar subsanadas.
Sin embargo, eso no nos inhabilita a seguir manifestando nuestra disconformidad ante el absolutismo valórico del Estado.