Radovan. Radovan es el nombre.
Conocí a un Radovan hace poco, quizás siete u ocho semanas atrás, cuando acudí a mis cortas clases de inglés acá en Dublín (en la foto la fachada de mi académia). Mi curso reunía un cúmulo de nacionalidades que incluía franceses, españoles, coreanos, brasileños, un tipo nacido en Angola, pero de padres portugueses, una mujer algo mayor de Letonia, tres saudíes y un hombre de 35 años aproximadamente, con un inglés peor que el mío, con una voz ronca y aletargada, con una vistosa chaqueta de cuero marrón, con una barba muy bien cuidada, pero abundante. Ese era Radovan y venía de Eslovaquia.
No hablé mucho con él en las clases, pero era agradable saludarlo por las mañanas. Alguna vez compartimos una de las dinámicas que Katt, mi profesora de inglés made in Finlandia, nos hacía, pero tampoco saqué mucho en limpio del porqué de su venida a Irlanda. Sin embargo, un día sábado, uno de mis primeros sábados, mientras esperaba el autobús en Parnell Street y lo vi caminar con una bolsa del supermercado Lidl lo saludé y lo acompañé. Ambos suponíamos que sería un diálogo de sordos, pues él no entendería mi acento y claramente yo no le entendería el suyo, tan cargado a las R a veces, o a las G en otras. Pero ambos lo intentamos, ambos pusimos la mejor de nuestras partes para hacer del pequeño diálogo algo fructífero.
Ese día comenzaba la Eurocopa y le comenté que jugaba República Checa y traté de explicarle si ante esa disyuntiva futbolera su condición de eslovaco lo llevaba a apoyar a los antagonistas de los checos en esta ocasión. No entendió mi pregunta y se largó a explicarme que desde 1993 Checoslovaquia se había separado y que ahora eran dos países distintos. “Ya lo sé Radovan” le dije en español esperando el milagro, pero éste no ocurrió y le hablé de Karol Kucera y Dominic Hrvaty y quedó contento, tanto así que se detuvo 4 minutos para explicarme cual era la mejor forma, según él, para regresar al paradero o llegar al siguiente paradero más cercano y esperar mi bus.
No hablé mucho más con él. Y se acabaron las clases y aunque me recordaba a Cristóbal López, un amigo de infancia de semblante similar al eslovaco, mi memoria no volvió a evocarlo hasta que la noticia de la detención de Radovan Karadzic (en la foto) colmó las rotativas.
Otro Radovan
La detención de quien fuera el presidente de la República Srpska, líder militar de los serbo-bosnios y responsable de extremas atrocidades en la Guerra de los Balcanes, no se esperaba, aunque quizás más de un servicio secreto, como el griego, lo intuía. Quien para los serbios es un héroe, vivía camuflado en el mismo Belgrado con una identidad y una vida falsa y se hacía pasar por un psiquiatra.
Intuyo, incluso, que Karadzic sabía que sería apresado por las autoridades serbias hace ya meses. Los mismos servicios secretos que lo cuidaron debieron informarle de lo que se venía y él, sabedor de los entretelones internacionales, debió llegar a la siguiente conclusión: Me van a entregar al Tribunal Penal de La Haya, pues soy la presa que desea Europa para expiar sus responsabilidades y ahora que habrá cambio de administración en EE.UU. (y no llegará otro Clinton), sumado a que la independencia de Kosovo no fue reconocida por todos, es cuando Belgrado se baja los pantalones. Apuesto mi barba cana, debió pensar Karadzic, que Ratko Mladic caerá cuando ya se sepa quien gobernará EE.UU. y llegue el fin del invierno.
Serbia, en la guerra de los Balcanes, perdió por sobre todo la guerra de propaganda y este episodio de Karadzic, un campeón de las violaciones de los derechos humanos, es una prueba más de esto.
Por ejemplo:
Una de cada cinco personas que viven en Serbia no es de origen serbio. Más aún, Serbia, junto a Macedonia, son los únicos países desmembrados de la EX-Yugoslavia que constitucionalmente se declaran multiétnicos, algo que ni Eslovenia, ni Croacia, ni Kosovo han hecho. Un punto no menor si consideramos que la limpieza étnica siempre se asoció a Belgrado o Pale y nunca a Zagreb.
En aspectos de limpieza étnica, en funestos términos de eficacia, podemos señalar que el 4 de agosto de 1995, casi un mes después de las matanzas de Srebernica, el nuevo ejercito croata –armado gracias a EE.UU., Alemania, Carlos Menen y Augusto Pinochet, entre otros, atacaron la población serbia de Krajina (enclave ortodoxo en territorio de la actual Croacia) y evacuaron a más de 150 mil serbios que vivían ahí hace siglos (los serbios fueron los “guardias fronterizos” del Imperio Otomano en tiempos en que limitaba con el Imperio Austro-húngaro, por eso, a pesar de no estar conectadas con Serbia, habían grandes extensiones en Croacia habitadas por los descendientes de estas avanzadas otomanas), los más ancianos que no pudieron huir fueron asesinados y quemaron casi la totalidad de las viviendas serbias. No sólo no hubo espanto en la comunidad internacional, sino que es sabido que aquella operación tenía el OK de Clinton, la UE e incluso Slovodan Milosevic, pues aquel enclave serbio en territorios croatas complicaba las secretas negociaciones que desembocarían en los acuerdos de Dayton (todo esto queda reflejado en el libro El juego de las Mentiras del belga Michael Collon).
La diferencia
¿Es Karadzic un criminal de guerra?
Sí, lo es.
¿Le corresponde al TPIY de La Haya juzgarlo?
Sí.
¿Puede la prensa seguir atribuyéndoles el monopolio de la maldad a los serbios en los Balcanes?
No, pero es justamente la prensa la que nos demuestra que lo diferente no tiene cabida en la Europa del siglo XXI.
Si Serbia hubiera entregado a todos sus héroes manchados con sangre a La Haya, si hubiera desistido de acosar a los albano-kosovares, si hubiera sacado a Milosevic en el momento indicado, lo más seguro es que tampoco estaría en carpeta para ingresar al cada vez menos selecto grupo de Bruselas. La gran diferencia de Serbia con el resto de los ex países socialistas es que no siguió las directrices del Banco Mundial y el FMI a principio de los 90’ y se convirtió en un paria económico. La guerra de propaganda hizo el resto.
Conocí a un Radovan hace poco, quizás siete u ocho semanas atrás, cuando acudí a mis cortas clases de inglés acá en Dublín (en la foto la fachada de mi académia). Mi curso reunía un cúmulo de nacionalidades que incluía franceses, españoles, coreanos, brasileños, un tipo nacido en Angola, pero de padres portugueses, una mujer algo mayor de Letonia, tres saudíes y un hombre de 35 años aproximadamente, con un inglés peor que el mío, con una voz ronca y aletargada, con una vistosa chaqueta de cuero marrón, con una barba muy bien cuidada, pero abundante. Ese era Radovan y venía de Eslovaquia.
No hablé mucho con él en las clases, pero era agradable saludarlo por las mañanas. Alguna vez compartimos una de las dinámicas que Katt, mi profesora de inglés made in Finlandia, nos hacía, pero tampoco saqué mucho en limpio del porqué de su venida a Irlanda. Sin embargo, un día sábado, uno de mis primeros sábados, mientras esperaba el autobús en Parnell Street y lo vi caminar con una bolsa del supermercado Lidl lo saludé y lo acompañé. Ambos suponíamos que sería un diálogo de sordos, pues él no entendería mi acento y claramente yo no le entendería el suyo, tan cargado a las R a veces, o a las G en otras. Pero ambos lo intentamos, ambos pusimos la mejor de nuestras partes para hacer del pequeño diálogo algo fructífero.
Ese día comenzaba la Eurocopa y le comenté que jugaba República Checa y traté de explicarle si ante esa disyuntiva futbolera su condición de eslovaco lo llevaba a apoyar a los antagonistas de los checos en esta ocasión. No entendió mi pregunta y se largó a explicarme que desde 1993 Checoslovaquia se había separado y que ahora eran dos países distintos. “Ya lo sé Radovan” le dije en español esperando el milagro, pero éste no ocurrió y le hablé de Karol Kucera y Dominic Hrvaty y quedó contento, tanto así que se detuvo 4 minutos para explicarme cual era la mejor forma, según él, para regresar al paradero o llegar al siguiente paradero más cercano y esperar mi bus.
No hablé mucho más con él. Y se acabaron las clases y aunque me recordaba a Cristóbal López, un amigo de infancia de semblante similar al eslovaco, mi memoria no volvió a evocarlo hasta que la noticia de la detención de Radovan Karadzic (en la foto) colmó las rotativas.
Otro Radovan
La detención de quien fuera el presidente de la República Srpska, líder militar de los serbo-bosnios y responsable de extremas atrocidades en la Guerra de los Balcanes, no se esperaba, aunque quizás más de un servicio secreto, como el griego, lo intuía. Quien para los serbios es un héroe, vivía camuflado en el mismo Belgrado con una identidad y una vida falsa y se hacía pasar por un psiquiatra.
Intuyo, incluso, que Karadzic sabía que sería apresado por las autoridades serbias hace ya meses. Los mismos servicios secretos que lo cuidaron debieron informarle de lo que se venía y él, sabedor de los entretelones internacionales, debió llegar a la siguiente conclusión: Me van a entregar al Tribunal Penal de La Haya, pues soy la presa que desea Europa para expiar sus responsabilidades y ahora que habrá cambio de administración en EE.UU. (y no llegará otro Clinton), sumado a que la independencia de Kosovo no fue reconocida por todos, es cuando Belgrado se baja los pantalones. Apuesto mi barba cana, debió pensar Karadzic, que Ratko Mladic caerá cuando ya se sepa quien gobernará EE.UU. y llegue el fin del invierno.
Serbia, en la guerra de los Balcanes, perdió por sobre todo la guerra de propaganda y este episodio de Karadzic, un campeón de las violaciones de los derechos humanos, es una prueba más de esto.
Por ejemplo:
Una de cada cinco personas que viven en Serbia no es de origen serbio. Más aún, Serbia, junto a Macedonia, son los únicos países desmembrados de la EX-Yugoslavia que constitucionalmente se declaran multiétnicos, algo que ni Eslovenia, ni Croacia, ni Kosovo han hecho. Un punto no menor si consideramos que la limpieza étnica siempre se asoció a Belgrado o Pale y nunca a Zagreb.
En aspectos de limpieza étnica, en funestos términos de eficacia, podemos señalar que el 4 de agosto de 1995, casi un mes después de las matanzas de Srebernica, el nuevo ejercito croata –armado gracias a EE.UU., Alemania, Carlos Menen y Augusto Pinochet, entre otros, atacaron la población serbia de Krajina (enclave ortodoxo en territorio de la actual Croacia) y evacuaron a más de 150 mil serbios que vivían ahí hace siglos (los serbios fueron los “guardias fronterizos” del Imperio Otomano en tiempos en que limitaba con el Imperio Austro-húngaro, por eso, a pesar de no estar conectadas con Serbia, habían grandes extensiones en Croacia habitadas por los descendientes de estas avanzadas otomanas), los más ancianos que no pudieron huir fueron asesinados y quemaron casi la totalidad de las viviendas serbias. No sólo no hubo espanto en la comunidad internacional, sino que es sabido que aquella operación tenía el OK de Clinton, la UE e incluso Slovodan Milosevic, pues aquel enclave serbio en territorios croatas complicaba las secretas negociaciones que desembocarían en los acuerdos de Dayton (todo esto queda reflejado en el libro El juego de las Mentiras del belga Michael Collon).
La diferencia
¿Es Karadzic un criminal de guerra?
Sí, lo es.
¿Le corresponde al TPIY de La Haya juzgarlo?
Sí.
¿Puede la prensa seguir atribuyéndoles el monopolio de la maldad a los serbios en los Balcanes?
No, pero es justamente la prensa la que nos demuestra que lo diferente no tiene cabida en la Europa del siglo XXI.
Si Serbia hubiera entregado a todos sus héroes manchados con sangre a La Haya, si hubiera desistido de acosar a los albano-kosovares, si hubiera sacado a Milosevic en el momento indicado, lo más seguro es que tampoco estaría en carpeta para ingresar al cada vez menos selecto grupo de Bruselas. La gran diferencia de Serbia con el resto de los ex países socialistas es que no siguió las directrices del Banco Mundial y el FMI a principio de los 90’ y se convirtió en un paria económico. La guerra de propaganda hizo el resto.
Hola Benja...
ResponderEliminarMe gustó leerte...que conincidencia el conocer a otro Radovan, jiji.
Buena la idea de unir las historias.
y Radovan Karadzic, creo que si estudió psiquiatria, Benja...en todo caso, que bueno que lo puedan traer a la justia...la historia de los balcanes es fascinante...y claro que los serbos no fueron los únicos responsables por la maldad...pero siempre hay que culpar a alguien...
pd: ¡saludos desde Vancouver, Canadá!
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