Puede que mi vida de trabajador en Madrid se resuma en un tren de cercanías. Todos los días de Pitis a Las Matas: un trayecto demasiado corto para, por ejemplo, entregarme a la lectura concentrada que merece un libro y que para ser completo incluye un trasbordo obligado con la red de metro de la capital hispana, lo que impulsa una perpetua y leve alerta: no es igual pasarse en una estación del suburbano que en una de trenes, pues la frecuencia de estos últimos se tranza en centena de minutos, por lo que es el viaje de mi casa a la pega es un camino reñido con la distracción…
En definitiva no es un viaje desagradable, pero si obviable. Si ahora comienzo este articulo así es debido a que empecé a parir la idea central de las líneas que vienen a continuación en un tren de cercanía colmado de inmigrantes de todo tipo y de todo tipo de trabajos. Y muchos españoles, que no es un pleonasmo aunque de bote pronto parezca redundante.
Sin embargo, el germén de este post parte el viernes pasado, en la boletería de Las Matas, cuando de golpe choqué con eso tan español que a veces cuesta digerir del todo...
Raudo corría junto a Bea por las inmediaciones de la mencionada estación para agarrar el tren de cercanía que continuaba hasta Segovia pues, si bien es otra provincia, un convoy que pasa cada dos horas llega hasta la ciudad castellana famosa por el acueducto romano y el cochinillo asado. Entonces el apuro tenía justificación, el tren ya se iba, había que comprar los tikect y el reloj –muy cabrón siempre- trotaba a la par que nosotros… Pero aún había tiempo y llegamos a Las Matas con margen. Incluso agradecí la suerte de no caer en la manoseada melancolía de perder el tren por más que los modernos coches de cercanías poco tengan que ver con la escena recurrente en la literatura y la cinematografía que simioticamente nos muestra un andén diluido por el humo de la locomotora.
Todo, al parecer, estaba en su sitio. Los viajeros esperando y el tren aún lejos. Pero no contaba con la rutina calada del español promedio. Tuvimos Bea y yo la mala ocurrencia de querer comprar los pasajes a las 16:43 de ese viernes –el primero del mes de enero- a la misma hora en que el hombre a cargo de la venta de los mismos ya tenía agendado su café matutino. No había nadie para vender los dichosos billetes y la única información que pudo proporcionarnos el guardia de seguridad de la estación se limitó a ser el tipo de brebaje que el mentado estaba bebiendo: “Es que a esta hora Paco se toma un café bom-bom”. ¿Es posible que en la novena potencia del mundo se pueda abandonar el trabajo por el café y mandar a tomar por vientos a los metódicos gilipollas que quieren cumplir con las normas y los reparos?
Conseguimos, eso sí, la venia del segurata para subir al tren sin pagar y parlamentar con el revisor sobre nuestra situación. La experiencia a bordo de los cercanías no era muy halagüeña: es cierto que la libertad del sistema te permite –con suerte- usar el servicio y no pagar, pero para evitar eso hay uno que otro inspector con cara de perro que pasa multas a los que no tiene el billete o el abono trasporte. Cruzábamos ya la frontera entre Madrid y Segovia (FOTO), algunos faldeos impactaban por una nieve siempre ajena para el chileno marino, cuando el inspector nos encaró con buen semblante y luego de la explicación pertinente nos cobró lo justo: 5.45 euros. Para el revisor era completamente posible que Paco se tomara su café.
DON JULIO
En fin, esa no era la idea central…
Al menos no es lo que pensé en el tren cuando regresaba a casa. Mi intención era narrar algo sobre el suspendido Lisboa-Dakar y la posibilidad de que mute en algo así como Río de Janeiro-Atacama. Pero tampoco tengo demasiada información de un evento –la suspensión de un evento- que impulsa a debatir sobre el real poder del terrorismo o del miedo.
Ahora bien. No fue hoy y quizás tampoco ayer cuando pensé que debía escribir algo sobre el difundo periodista nacional Julio Martínez. Reconozco que el impulso primario era ese, pero la nostalgia se vio aletargada por la muerte de Matías Catrileo, joven comunero mapuche ultimado por las fuerzas especiales de Carabineros cuando estás reprimían el “ataque” al fundo del empresario “chileno” Jorge Luchsinger.
La perspectiva cada vez más real de que en Santiago se percaten que en la Araucanía ya estalló un conflicto étnico de proporciones que rebasó la historia, la raza, lo social y lo económico; va encaminada a seguir reflexionando sobre un hecho que este 2008 puede traer por fin consecuencias, terribles para el Chile europeo, pero positivas para la sinceridad de un sociedad fracturada, pluriétnica, auto-engañada, desigual.
De don Julio poco se puede decir. Se va una imagen y con él los recuerdos de esos domingos en que ver los goles en Teletrece era primordial y único (yo iba a clases por las mañanas y no había permiso para ver Futgol a las 00:00 horas, salvo goleada espectacular de la UC). Comentarios cada año más vagos y dispersos, pero siempre vistos y oídos. Además la muerte JM es la muerte de alguien que viste en TV desde que naciste, lo que impulsa a percatarnos que cada vez los mitos se derrumban o mueren mientras los años pasan. Dejamos de creer en el Viejo Pacuero, pero gente como JM hacen de hilo conductor entre la edad infantil sustraida por el pasado y la manceba adultez que los 25 imponen. Algo que agradecerle a la TV como medio y mucho a JM como periodista.
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TiCKetS y MapuchE, los mapuchE
ResponderEliminarTerribles para el Chile europeo
Es verdad
Pero ese es tu Chile muajaja
:*