29/5/08

Hasta luego Madrid

Hace unos días una persona, cuya lengua materna no es el español, me dijo: “El día 14 de junio es la fecha de entrega, es nuestro deadline”. La palabra anglosajona, algo rebuscada sin duda, o quizás exagerada, pues más parece definir una zona militarizada donde un Estado no tiene control sobre un territorio definido, me quedó dando vueltas una o dos tardes hasta que un día, mientras regresaba desde mi trabajo a casa en el tren de cercanías, quizás algo estresado por todas las gestiones que tenía que hacer, observé el perfil de Madrid que los rieles y la velocidad del bólido me permitían ver y mi mente recordó un símil del vocablo antes descrito: Skyline…que es un manoseado barbarismo que arquitectos o urbanistas usan desmedidamente para señalar la silueta que proyecta una urbe.
En efecto, ahí estaba la capital española, con sus cuatro megatorres construidas en la ex ciudad deportiva del Real Madrid sobresaliendo arteramente por sobre otros edificios mucho más pequeños, pero de igual modo reconocibles. O que al menos yo puedo reconocer sin mayor esfuerzo. Y es que también puedo decir, por ejemplo, que debajo de las torres Kio –a un costado de las cuatro grandes- está Plaza Castilla y que ahí puedo coger los autobuses para ir a Alcobendas, a la casa de Esther o José, o que muy cerca de ahí, caminando hacía la estación de Chamartín, vive Noemí, ex compañera de la Universidad, o que una parada, a pocos metros de la mentada Plaza, me deja el autobús que me trae de la multinacional que me dio para vivir estos meses. En ese lugar, no pocas veces, Bea me esperaba a eso de las 18:00 horas cuando salía de trabajar y entre el café o la caña caminábamos por los ardedores del barrio y una de esas veces vimos un cartel que nos instaba a ver la obra 2666 basada en la novela de Roberto Bolaños que daban en Legazpi, pero cuyo precio y extensión (6 horas) terminaron minando la posibilidad de hacerle caso a aquel cartel…
Todo lo anterior ya es pasado. O prólogo. Pues de hecho, aunque debería haber escrito estás líneas hace días, me veo en la habitación de Javi en Dublín escribiendo sentimientos que ayer afloraban por todos los rincones que pisaba, con una sensación de ultimátum. En octubre pasaré unos días por Madrid, en el futuro seguramente volveré, pero dudo que vuelva a pernoctar tanto tiempo en la antigua capital imperial.


Irse
Marcharse de una ciudad es un ejercicio poco habitual. Sin embargo, he dejado ya tres ciudades a lo largo de mis 26 años de vida y se me antoja triste otra vez, sí, huelga decirlo, pero ¿Por qué me voy si más que mal me ubico en Madrid, conozco gente, me sé los recorridos de los autobuses, soy habitual del bar de mi barrio y tengo un trabajo estable?
Cuando llegué sabía que no me quedaría mucho tiempo, lo intuía. Y ahora que miro para atrás compruebo, desde la óptica de los ciclos, que ha pasado ya un año y medio y que las caras que dejé en Chile ya no serán las mismas y que yo ya no lo soy. Y muchos de los ropajes de esos cambios que quizás experimenté se quedaron en las calles de Madrid, en mi habitación del piso que compartía, en el tren de cercanías que me llevaba a casa, en la Facultad de Ciencias de la Información de la Universidad Complutense, en el bus 133, en las muchas ciudades que conocí en España, en las conversaciones que sostuve, en las nacionalidades con las que me tocó compartir y aprender (española, vasca, catalana, ecuatoriana, paraguaya, uruguaya, argentina, rusa, alemana, belga, francesa, portuguesa, mexicana, indonesia, senegalesa, guatemalteca, brasileña, italiana, colombiana, venezolana, peruana, inglesa, irlandesa, marroquí, saharaui…). Pero sobretodo en las despedidas en Avenida América o en la T4 de Barajas, que en definitiva son las que han marcado éste nuevo rumbo…


Cosas y cambios
Dejo amigos, dejo con ellos anécdotas. El concepto amigo se ensancha en una ciudad como Madrid, se engloba en latitudes más profundas y más dúctiles que en Chile, donde los amigos son los amigos y cuesta gestionar otros cariños después de que ya conociste a los amigos, esos de toda la vida.
Aprendí, además, muchas cosas en Madrid. Por ejemplo, un día domingo de abril de 2007 a las 9 de la mañana, al abandonar el portal de un piso perdido del barrio de Las Letras cerca de Atocha, y mientras me levantaba las solapas de mi chaqueta para protegerme del frío primaveral que se negaba a ir de la ciudad, comprendí lo que es la soledad con mayúscula, lo que es no tener que avisarle a nada a nadie, lo que es ser un ente solitario. Esto es tal vez lo que realmente deberíamos asumir antes de encontrar el verdadero valor de la soñada compañía, es que elegimos.
Aprendí también cosas más banales: cocinar algunas cosas, planchar mal, comprar en el supermercado, gestionar emociones, mirar la lluvia. Hice un postgrado de Comunicación y Conflictos Armados, trabajé en un departamento de marketing, me relacioné con decenas de gerentes de cines, trabajé en un bar dentro de un gimnasio, hice de promotor de jabones, visité más de lo aconsejable los pasillos del Hospital Princesa.
Será imposible determinar ahora, hoy, el peso que estos 18 meses en Madrid tienen en mi vida actual. Aún el viaje continúa, aunque ahora mi destino y mi presente sea Dublín, cuyas primeras apreciaciones las escribiré próximamente.
Sin lugar a dudas aún estoy anestesiado por el cambio.
Zanjar el porqué de mi partida sin recurrir al afán de viajar, de aprender, al leve hastío de algunos recovecos, es realmente difícil. Me fui de Madrid porque ya viví en Madrid.

11/5/08

Destrosos en Myanmar, decadencia en EE.UU.

Hay una teoría más geográfica que geopolítica que indica que Europa es el mejor lugar para vivir, y por tanto, es la región del mundo más desarrollada o la que alcanzó más rápido la “civilización” imperante en la actualidad. Ahí las preocupaciones en tiempos de revolución giraban en torno al progreso y los “castigos divinos” eran tan escasos que realmente parecían una penalidad Suprema, como fue la peste bubónica en el siglo XV que diezmó la población del continente en un 30%.
En efecto, en Europa no hay terremotos (salvo Grecia y Turquía), no hay huracanes, no hay sequías, no hay volcanes activos, no hay tifones, los inviernos no son crudos (salvo Rusia) y el verano no es del todo sofocante (salvo las planicies centro y sur ibéricas). Justamente en los países donde el clima era menos benévolo para cultivar la tierra fue donde comenzó la revolución industrial y/o donde “la maquina” logró el máximo de producción. Inglaterra en el primer caso, la URSS en el segundo.
En el resto del mundo “colonizado” los accidentes metereológicos o geográficos han condicionado la expansión del hombre blanco y le han impuesto una manera de encarar su existencia de manera distinta, ejemplificado esto en EE.UU. (terremotos, desiertos y tornados) o Australia (desiertos).
Eso, sin contar con los terremotos que sacuden Japón o las lluvias que desbordan el río Amarillo en China o los volcanes que irrumpen en Chile o los monzones en Bangladesh o los huracanes en Guatemala. O lo más inmenso: el Tsunami del sudeste asiático de diciembre de 2004.


La antigua Birmania
Lo que esta semana pasó en Myanmar, extraño y anacrónico Estado fallido comandado por una Junta Militar al estilo Guerra Fría, confirma que hay rincones en este redondo mundo que son inhabitables, pero que el empuje demográfico, la inmigración campo-ciudad (y por ende las desordenadas aglomeraciones urbanas) y el evidente cambio climático (¡realidad y no destopía!) posibilitan que seres humanos, personas, se ubiquen y pernocten en radios cada vez más peligrosos y ha expensas de una naturaleza cada vez más nerviosa.
Y claro, si a eso le sumamos una burocracia histérica el saldo es nefasto: 40 mil muertos.
(En este punto vale subrayar la perfecta evacuación que el Ejercito chileno ejecutó en Chaitén -ciudad, ahora, fantasma- debido a la erupción del volcán del m
ismo nombre que sumergió a la pequeña urbe en un halo inmenso de cenizas y dónde aún hoy el peligro de que el macizo expulse lava es real).
La antigua Birmania, el martes, sufrió el paso de un ciclón tropical llamado Nagris. La bizarra Junta de aquel país, que deja a los que ocuparon La Moneda como campeones de la democracia, no sólo ha prohibido la prensa internacional -por lo mismo el número de muertos aún no es del todo claro y oscila entre 15 y 70 mil- sino que también coartando la ayuda humanitaria, que se pudre en Tailandia, esperando el salvoconducto de unos mandatarios que sólo tienen el beneplácito de una China que ya está harta de los problemas en su año Olímpico (eso, sin desmedro que Francia también maneja intereses en la zona y algo de influencia tiene)… Ha sido tan dramática la situación que el presidente de la actual nación imperial, George Bush, ha dicho que se intervendrá militarmente si es necesario para poder distribuir la ayuda humanitaria, una gran paradoja que no deja pie para hacer apuesta: ¿Bush interventor? Sí, ¿Humanitario? No.

El primero del ocaso
En el fondo esto aclara más una idea que ya plasmé en éste medio: EE.UU. ya pronto dejará de ser el “imperador”, su margen de maniobra se acorta, tras Irak no puede comandar nada -justificado o no- y basta que China entorne los ojos para que se siente a negociar. Simplemente en esto momentos EE.UU. no puede ya invadir unilateralmente una nación, no puede promover bombardeos, como a Serbia el ‘99, no puede ir a “detener un conflicto tribal”, como en Somalía el ‘93, no puede intervenir para evitar una guerra civil, como en Haití el ‘94 y el ‘04.
Y esto abre la puerta para decir que las dramáticas primarias en EE.UU. esconden la elección del Presidente que encarará el comienzo de la decadencia de la nación con más intereses políticos, militares y económicos en todo el planeta. Obama, Clinton o Mackein deberán solucionar el entuerto de Irak, pero deberán hacerlo de tal manera que su influencia no se empequeñezca. “Paz con honor” decía Nixon cuando negociaba una retirada de Vietnam, pero el honor quedó maculado y la Guerra Fría, en esos años, se perdía… Y ahora la situación es más dramática, China sube, no decae (como la URSS), el desgaste de ser la única potencia entre 1991 hasta el 2003 le ha canjeado recelos de Europa, odio de los fundamentalistas islámicos, desprecio en América Latina; la crisis económica demuestra que el oro del sistema capitalista (mal llamado ahora neoliberal) es fácil que se esfume y deja al descubierto que en “América” también hay pobres y con coberturas sociales bastante precarias.
En situaciones normales Obama sería perfecto para comandar aquel país. ¿Cómo así de normales? Sin Irak, por ejemplo. Reúne alegría, cambio, encarna levemente una revolución. Pero ahora no es tiempo de simbolismo, es tiempo para ejecutar y ojalá con apoyos trasversales de todos los WAPS. Y en ese aspecto Clinton (más que Mackein) corre con ventaja, pues es una política, con sus virtudes y defectos.

Particularmente, y ojo, tengo (tenemos) derecho a opinar quién será el próximo Jefe del Imperio, me gustaría que Obama -un tipo bastante mesiánico- sea el próximo presidente de los Estados Unidos. No sólo por su carisma (aumentada de sobremanera por la buena prensa que goza en Europa), sino porque su gestión, seguramente más preocupada de temas sociales que internacionales -al estilo del primer Clinton- , puede ser la primera paletada a un imperio ya en retirada.
Ahora la pregunta es distinta. ¿Queremos otro imperio o es mejor enfrentar al que ya existe y conocemos?

4/5/08

Del miedo al vecino al miedo al otro

Era un martes de abril de 2007, el martes de Semana Santa de ese año. Venía en el último metro de la jornada y dada la hora, la circunstancia estival de un fin de semana largo -acá el jueves santo también es festivo-, y dado, también, que la estación donde me bajaba era Herrera Oria, la última de la línea 9 (o la morada según los mapas del metro madrileño), los pasajeros del subterráneo se contaban con los dedos de una mano.
Cuando me bajé del metro detecté, gracias a ese semblante y ese acento tan peculiar, que dos chicas que me antecedían en la eterna escalera mecánica eran chilenas, circunstancia no del todo usual en Madrid, pues en España hay unos 50 mil chilenos, una cifra menguada comparada con otros países emisores de inmigrantes, y no es Madrid precisamente un sitio donde rebosen los chilenos. Barcelona y algunas zonas costeras de la Generalitat Valenciana, al parecer, si lo son.
Cuando salimos a la superficie abrileña de la ciudad les hablé. En efecto eran chilenas, una estudiaba en la Complutense -como yo- y vivía por ahí cerca y la otra estaba radicada en Barcelona y visitaba a su amiga por unos días.
Conversamos protocolarmente con cierta alegría por dar con un chileno en tierras cada vez menos lejanas, pero sin hacer alharaca por el fortuito encuentro. La charla se alargaba según los pasos que dábamos y sería cortada en el momento
en que los diferentes caminos a nuestras casas así lo decretaran. Al menos yo lo visualizaba de esa manera: cuando llegásemos a la esquina de Fermín Caballero con la Virgen del Corro (en la foto) yo diría “Buenas noches y hasta luego, a ver si nos volvemos a ver por el barrio“, luego torcería a la izquierda, bajaría unas escaleras y llegaría a la Plaza Villafranca de los Barros, donde en esos días pernoctaba. Ese era el plan.
Pero cuando ya llegábamos a la bifurcación antes nombrada fue una de ellas la que se me adelantó. “Bueno, nosotras doblamos por acá”. “¡Qué coincidencia!, yo también bajo por las escaleras”, exclame sin reprimir el asombro…
En la Plaza Villafranca de los Barros habían tres edificios. El del medio era el mío. Y también era el de ellas… Hubo risas cuando abrimos la puerta. “Yia, como tanto weon. La media volá”.
Subimos al ascensor y cortésmente pregunté a que piso iban para darle al botón. “Al nueve” dijeron al unísono… Volví a reírme, la coincidencia era exacta, el nueve también era mi piso. Entonces en el metro, esa noche, había conocido a mi vecina, que era chilena y que compartía departamento con tres españolas, y que estudiaba un postgrado en la Compluetense…
Días después la volví a ver, conocí a su pololo (que estudiaba en Suiza), la invité a mi cumpleaños y de vez en cuando nos cruzábamos en el ascensor, situación bastante grata por lo demás, pues siempre tenía visitas de Chile: hermanos, padre o madre.
Cuando ya teníamos más confianza me comentó que en el instante en que nos conocimos, más su amiga que ella, pero de igual manera se le pasó por la mente, pensó que era un especie de psicópata, pues no era posible tanta coincidencia. Que hasta que no abrí la puerta de mi casa no respiraron tranquilas…
Y en efecto, tras oír las noticias provenientes de Austria caes en la cuenta que ahora parece que no te puedes fiar de tu vecino, ni de nadie. Que incluso en España, donde la sensación de comunidad y barrio es amplia y reconfortante, no siempre te enteras de quién es ese que fuma todas las noches en el balcón adjunto al tuyo. Quién es esa señora que le ayudaste a subir las bolsas, quién es el difunto del 6-A que ayer murió…
Y eso, lamentablemente, en Chile se multiplica.


Austria se pregunta que ha hecho mal.
Un día te preparas para comer una pizza, ves las noticias y las imágenes muestran a un hombre que en Austria tubo encerrada a su hija durante 24 años en un sótano sin luz, violándola sistemáticamente e incluso teniendo hijos con ella.
El mundo se contrae horrorizado, el nombre de Josef Fritzl (en la foto en sus vacaciones en Tailandia) ronda en el subconsciente de todos. Se lo denomina el “Monstruo de Amstetten” y surgen mil especulaciones: ¿Actuó sólo? ¿Su mujer era cómplice? ¿Se suicidará? ¿Cómo están los hijos? ¿Cómo está su hija?
De golpe Austria se enfrenta a una disyuntiva identitaria, pues no es primera vez que ocurre algo así en su sociedad. Hace dos años el caso de Natalia Kampusch nos pareció suficiente, una circunstancia cinematográfica. El género humano no podía ser peor… Pero en el mismo país surge un caso peor. Una segunda parte más truculenta, que logra apuntalar la sensación de que el adjetivo “peor” nació para designar este tipo de hechos.
Es parte de la forma ser germana el respeto por la intimidad. Las razones incluso pueden ser eclesiásticas -el luteranismo genera un mayor individualidad que el cristianismo-. O quizás simplemente las circunstancias climáticas -inviernos alpinos bastante crudos- impiden que los austriacos compartan en sus barrios y se encierren en sus casas con mayor ahínco que en los países del sur de Europa.
El asunto es que durante 24 años Fritzl tuvo a varias personas retenidas en su casa y nadie se enteró de nada, pues nadie pregunta -ni se pregunta- cosas como porqué el vecino de enfrente fuma en el balcón, porqué el otro saca la basura siempre por las mañanas, en vez de hacerlo por las noches como todos los demás, o porqué regresa del trabajo a horas distintas cada día…
No es pecado esta forma de encarar la vida, pero siempre es más agradable relacionarte con tú entorno. Saludar en el elevador, conmoverte con la muerte del anciano del 6-C, pues alguna vez lo viste en el portal. Hablar e incluso bromear de vez en cuando con el conserje…
No es el fin husmear, pero sí compartir.
Los límites los impones tú , claramente.
(Siempre que he leído sobre la planificación de diversos atentados etarras cometido en España, me ha sorprendido que parte de su entrenamiento consiste en evitar ser detectado por los vecinos cuando habitan pisos francos, algo evidente sin lugar a duda, pero en estos casos ese anonimato no pasa por evitar a los demás, pues eso es sospechoso, sino inventar una historia, una fachada, por más extraña que sea, pues el límite surge después del dialogo, la sonrisa y los parabienes con el resto de lugareños. Eso es imposible evitarlo).

Chile y el miedo al otro
A diferencia de España, en Austria vale sólo con saludar. En Chile algo parecido.
Dada la identidad en construcción, en Chile no hay un sentimiento igualitario entre todos los congéneres. Quizás la identidad está dada por el “progreso” o las ganas de “ser mejor” aunque la comparación inmediata sea con los vecinos, o los cercanos de tu barrio, olvidando que son parte de un entorno más cercano y sintiéndote positivamente agradado si subsiste un halo de superioridad ante ellos.
Por ejemplo, en El Mercurio de hoy (4 de mayo) se señala un dato -extraído de una encuesta elaborada por Adimark- que dice que el 46% de los chilenos no confía de sus vecinos y no vive en comunidad, subrayando en ese reportaje que en los sectores altos esto se acrecienta.
¿Qué se puede concluir de eso?
Muchas sensaciones, como la inseguridad, va de la mano del no compartir, con el desconocimiento del otro. Y no es por un supuesto “respeto“, como en Austria -pues en Chile lo que hagan los demás siempre llama la atención y siempre genera comentarios…-, sino por esa idea de encierro, de desconfianza, cuya génesis no logro desvelar, pero que sin duda se ve potenciada por la incesante lucha por mirar en menos a los demás.
El miedo al otro se da en términos de seguridad, pero también por la posibilidad de sentirse humillado por los logros de otros. El ser “consumista-mente” mejor.
Para Austria estos casos horrendos han empujado una reflexión indentitaria.
Queda esperar que en Chile acontecimientos como los de Austria nos empujen a vivir más acorde con la comunidad, dejando para el asombro a quienes se niegan hacerlo sin razón aparente. Y que no sea la conducta políticamente adecuada el no saludar, el no compartir, el no preguntar.