11/5/08

Destrosos en Myanmar, decadencia en EE.UU.

Hay una teoría más geográfica que geopolítica que indica que Europa es el mejor lugar para vivir, y por tanto, es la región del mundo más desarrollada o la que alcanzó más rápido la “civilización” imperante en la actualidad. Ahí las preocupaciones en tiempos de revolución giraban en torno al progreso y los “castigos divinos” eran tan escasos que realmente parecían una penalidad Suprema, como fue la peste bubónica en el siglo XV que diezmó la población del continente en un 30%.
En efecto, en Europa no hay terremotos (salvo Grecia y Turquía), no hay huracanes, no hay sequías, no hay volcanes activos, no hay tifones, los inviernos no son crudos (salvo Rusia) y el verano no es del todo sofocante (salvo las planicies centro y sur ibéricas). Justamente en los países donde el clima era menos benévolo para cultivar la tierra fue donde comenzó la revolución industrial y/o donde “la maquina” logró el máximo de producción. Inglaterra en el primer caso, la URSS en el segundo.
En el resto del mundo “colonizado” los accidentes metereológicos o geográficos han condicionado la expansión del hombre blanco y le han impuesto una manera de encarar su existencia de manera distinta, ejemplificado esto en EE.UU. (terremotos, desiertos y tornados) o Australia (desiertos).
Eso, sin contar con los terremotos que sacuden Japón o las lluvias que desbordan el río Amarillo en China o los volcanes que irrumpen en Chile o los monzones en Bangladesh o los huracanes en Guatemala. O lo más inmenso: el Tsunami del sudeste asiático de diciembre de 2004.


La antigua Birmania
Lo que esta semana pasó en Myanmar, extraño y anacrónico Estado fallido comandado por una Junta Militar al estilo Guerra Fría, confirma que hay rincones en este redondo mundo que son inhabitables, pero que el empuje demográfico, la inmigración campo-ciudad (y por ende las desordenadas aglomeraciones urbanas) y el evidente cambio climático (¡realidad y no destopía!) posibilitan que seres humanos, personas, se ubiquen y pernocten en radios cada vez más peligrosos y ha expensas de una naturaleza cada vez más nerviosa.
Y claro, si a eso le sumamos una burocracia histérica el saldo es nefasto: 40 mil muertos.
(En este punto vale subrayar la perfecta evacuación que el Ejercito chileno ejecutó en Chaitén -ciudad, ahora, fantasma- debido a la erupción del volcán del m
ismo nombre que sumergió a la pequeña urbe en un halo inmenso de cenizas y dónde aún hoy el peligro de que el macizo expulse lava es real).
La antigua Birmania, el martes, sufrió el paso de un ciclón tropical llamado Nagris. La bizarra Junta de aquel país, que deja a los que ocuparon La Moneda como campeones de la democracia, no sólo ha prohibido la prensa internacional -por lo mismo el número de muertos aún no es del todo claro y oscila entre 15 y 70 mil- sino que también coartando la ayuda humanitaria, que se pudre en Tailandia, esperando el salvoconducto de unos mandatarios que sólo tienen el beneplácito de una China que ya está harta de los problemas en su año Olímpico (eso, sin desmedro que Francia también maneja intereses en la zona y algo de influencia tiene)… Ha sido tan dramática la situación que el presidente de la actual nación imperial, George Bush, ha dicho que se intervendrá militarmente si es necesario para poder distribuir la ayuda humanitaria, una gran paradoja que no deja pie para hacer apuesta: ¿Bush interventor? Sí, ¿Humanitario? No.

El primero del ocaso
En el fondo esto aclara más una idea que ya plasmé en éste medio: EE.UU. ya pronto dejará de ser el “imperador”, su margen de maniobra se acorta, tras Irak no puede comandar nada -justificado o no- y basta que China entorne los ojos para que se siente a negociar. Simplemente en esto momentos EE.UU. no puede ya invadir unilateralmente una nación, no puede promover bombardeos, como a Serbia el ‘99, no puede ir a “detener un conflicto tribal”, como en Somalía el ‘93, no puede intervenir para evitar una guerra civil, como en Haití el ‘94 y el ‘04.
Y esto abre la puerta para decir que las dramáticas primarias en EE.UU. esconden la elección del Presidente que encarará el comienzo de la decadencia de la nación con más intereses políticos, militares y económicos en todo el planeta. Obama, Clinton o Mackein deberán solucionar el entuerto de Irak, pero deberán hacerlo de tal manera que su influencia no se empequeñezca. “Paz con honor” decía Nixon cuando negociaba una retirada de Vietnam, pero el honor quedó maculado y la Guerra Fría, en esos años, se perdía… Y ahora la situación es más dramática, China sube, no decae (como la URSS), el desgaste de ser la única potencia entre 1991 hasta el 2003 le ha canjeado recelos de Europa, odio de los fundamentalistas islámicos, desprecio en América Latina; la crisis económica demuestra que el oro del sistema capitalista (mal llamado ahora neoliberal) es fácil que se esfume y deja al descubierto que en “América” también hay pobres y con coberturas sociales bastante precarias.
En situaciones normales Obama sería perfecto para comandar aquel país. ¿Cómo así de normales? Sin Irak, por ejemplo. Reúne alegría, cambio, encarna levemente una revolución. Pero ahora no es tiempo de simbolismo, es tiempo para ejecutar y ojalá con apoyos trasversales de todos los WAPS. Y en ese aspecto Clinton (más que Mackein) corre con ventaja, pues es una política, con sus virtudes y defectos.

Particularmente, y ojo, tengo (tenemos) derecho a opinar quién será el próximo Jefe del Imperio, me gustaría que Obama -un tipo bastante mesiánico- sea el próximo presidente de los Estados Unidos. No sólo por su carisma (aumentada de sobremanera por la buena prensa que goza en Europa), sino porque su gestión, seguramente más preocupada de temas sociales que internacionales -al estilo del primer Clinton- , puede ser la primera paletada a un imperio ya en retirada.
Ahora la pregunta es distinta. ¿Queremos otro imperio o es mejor enfrentar al que ya existe y conocemos?

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