No recuerdo si la conversación ocurrió en el autobús rumbo Torrelodones o en las caminatas que nos pegabamos entre Ciudad Universitaria y Moncloa, cuando precisamente íbamos a coger el bendito autobus después de clases. Quizás fue en un perdido bar madrileño (o de Torrelodones...), pero un día mi amigo Javi, el casi-vasco, expresó la siguiente idea: “Si te das cuenta todas las ciudades del mediterráneo se parecen. Una ciudad del Levante español no es muy diferente a una ciudad costera de Líbano, por ejemplo Tiro, o Trípoli en Libia”...
Le di el beneplácito protocolar a mi buen amigo, pero pensé que hasta que no conociera más puertos del Mare Nostrum, no podría confirmar cabalmente lo que él me decía con tanta seguridad. En aquel entonces (hace seis meses) yo sólo había orinado en algunos pueblos marítimos españoles -Barcelona, Cartagena y Garrucha en Almería- y otros tantos en Croacia -Omis, Dubrovnik, Split y Pula- además de Venecia; pero en rigor no se parecían mucho y podría haber discutido la observación con argumentos. Sin embargo, antes de decir nada recordé que en el fondo todo el Mediterráneo fue en algún momento de la historia romano (Roma se ha tomado mi vida, pues estoy leyendo con gran ahínco Yo, Claudio) por lo que arquitectónica y/o administrativamente sí podría haber semejanza. Y de hecho la hay... SuperSarko lo sabe y mientras levanta puentes sobre ese mar, Turquía se va al garete en su intención de entrar en la UE a pesar de los limpios comicios del Domingo pasado...
En fin...
Tuvo que pasar medio año para que lo anterior se hiciera patente en mi vida. Y eso fue ayer (25 de julio) cuando en el bar “La Taberna del Almirante” de Cádiz, me percaté que un tipo que tocaba el violín en una de las mesas de la terraza entonaba la famosa canción de la película El Padrino. Al oír la melodía, mi subconsciente evocó rápidamente las escenas de la película de Francis Ford Coppola cuando Miguele Corleone está refugiado en precisamente Corleone tras asesinar al capitán de Policía Macklusky y a Sollozzo, el turco, en Nueva York. Miré a mi alrededor y vi los derruidos edificios gaditanos, las terrazas llenas de turistas y la luna nueva en un cielo des-estrellado y concluí que, usando los parámetros impuestos en la producción hollywoodense, podía imaginar sin esfuerzo que estaba en Corleone, el pequeño pueblo de Sicilia; empero estaba en Cádiz la gran ciudad de Andalucía, llamada Gades por los romanos, en el verano de 2007 trabajando para una multinacional.
Una vuelta por Gades
Antes de llegar a esa reflexión, di una vuelta larga por el casco antiguo de Cádiz. Mientras me sentaba en el malecón de la ciudad –que los gaditanos se encargan de subrayar que no tiene nada que envidiarle al famosos malecón de La Habana (de hecho las escenas de “Otro día para Morir”, la última película de Pierse Brosnam como Bond, que supuestamente trascurren en la capital cubana fueron rodadas en la capital de la provincia de Cádiz, España)- entendí que Cádiz se merecía tener un espacio más grande en mi BLOG que las cuatro líneas que le dedico en “Un Recuerdo y Gilbraltar”. (La foto es una vista del mentado malecón, con la Catedral de Santa Cruz de fondo)
Las circunstancias de mi vida me han llevado a Cádiz tres veces en un mes... Es después de Madrid y Segovia, la cuidad que más he visitado en España. No es especialmente bella, pero tiene mar, mar por todos lados y aunque arquitectónicamente quizás necesite una “manito de gato”, mantiene un perfil de ciudad envidiable.
Luego de la vuelta busqué un bar y di con La Taberna del Almirante ubicado en una callejón lleno de terrazas. Como iba sólo y tampoco había sitio en la terraza, me senté en la barra y aunque al principio me hice acompañar por la lectura de Yo, Claudio, no me fue difícil trabar amistad con Juan y Gema las personas que llevaban el bar, además de charlar al pasar con los clientes que iban a la barra. Todo rodeado magníficamente con el sonido del violín, las risas, la excelente temperatura de la noche gaditana...
Pero la noche se hizo noche y el violinista se fue. Juan puso un CD y resultó ser Alta Suciedad de Andrés Calamaro y lo que al principio fueron sólo frases con Gema se trasformaron en discusiones sobre cual era la mejor canción de Calamaro. La chica era guapa y tenía un escote inmoralmente atractivo. Me divertía viendo como los clientes (borrachos portugueses, borrachos italianos) la miraban sin disimulo o sin el disimulo que yo creía poseer (de verdad, y a riesgo de que muchos rebatan la siguiente afirmación con excesivo sarcasmo, soy algo pudoroso como para mirarle la tetas a una chica sin reparos)...
Entre idas y venidas, pues debía poner copas en las mesas, concluimos que Los Aviones era una de las mejores canciones de Andrés... Creo que ese fue el único acuerdo, pues ambos nombramos decenas de canciones y cuando lo hacía uno, el otro respondía “si, tienes razón” y comenzaba a cantarla. Con Los Aviones debe haber ocurrido que la nombramos al mismo tiempo, pero no lo puedo afirmar... ya era muy de noche.
Luego me preguntó si era argentino. Los fantasmas de la identidad aparecieron. ¿Cómo explicarle que era chileno, pero no estaba del todo seguro, pero si que lo era, aunque podría haber nacido en Argentina o en Cuba?... ¿Cómo explicarle eso a una chica que había nacido y crecido en la parte antigua de Cádiz? (Y que se enorgullecía al decir que su madre no había salido del casco antiguo para dar a luz. Eso, señores, es Identidad)...
-Soy chileno, vivo en Madrid.
-Ah, picha, es que to usteé hablan iguar. Argentinos, uruguayos y chilenos hablan iguar y una se confunde. Eh Juan, ¿de donde ‘e la novia de José?... ¿De Uruguay?... De Uruguay, pero habla iguar que tu”
-No, nada que ver. Hablamos muy distinto. Aunque para ustedes debe ser difícil distinguir el acento. Para mi todos los andaluces hablan parecido, pero tu oído podría definir de mejor manera de que parte geográfica es una persona...
-Si picha, los de Sevilla habla muy ma. Lo de Jaen hablan canta’o. Lo de Huerva hablan fatal también y... ¡¡¡los de Almería no hablan jejejeje!!!
Al otro día...
Me despedí de casi todos al irme del Bar. En algún momento de la jornada le pedí fuego a uno de los parroquianos y este me dijo que me prestaba el mechero si le mostraba que leía. Le pasé el libro y comentamos un poco sobre la historia de Roma. Cuando me despedí de él me recordó que me llevase el libro. Yo lo tenía bajo el brazo y le dije que me quedaba muy poco para terminarlo como para dejarlo abandonado, sonrió y me regaló el mechero, pero ya no le quedaba gas...
A la mañana siguiente me junté con los chicos que me Merchanservis me había asignado para ayudarme en mi faena (aún no explico en que consiste mi trabajo, ya lo haré), uno era de Sevilla y el otro de Algeciras. “Anoche trabajé en una fiesta en mi pueblo y no he dormido nada”, se disculpó este último, pero resultó ser mucho más presto que el otro. Mientras hacíamos lo nuestro, y entre llamadas urgentes a Madrid, comprobé lo distinto que hablan los sevillanos y los gaditanos.
Tal como Javi, Gema tenía razón, aunque en un principio no les creí del todo. Pero la intención de este relato no es dejar una moraleja, no siempre hay que creerle a los españoles. Aunque sean de Cádiz o de el País Vasco...
(Pero a Javi si le creo que alguna vez tuvo un dialogó con Yasset Arafat y a Antonio le creo todo lo que me contó sobre la simpatía de la periodista Leticia Ortiz, ahora Princesa...)
Le di el beneplácito protocolar a mi buen amigo, pero pensé que hasta que no conociera más puertos del Mare Nostrum, no podría confirmar cabalmente lo que él me decía con tanta seguridad. En aquel entonces (hace seis meses) yo sólo había orinado en algunos pueblos marítimos españoles -Barcelona, Cartagena y Garrucha en Almería- y otros tantos en Croacia -Omis, Dubrovnik, Split y Pula- además de Venecia; pero en rigor no se parecían mucho y podría haber discutido la observación con argumentos. Sin embargo, antes de decir nada recordé que en el fondo todo el Mediterráneo fue en algún momento de la historia romano (Roma se ha tomado mi vida, pues estoy leyendo con gran ahínco Yo, Claudio) por lo que arquitectónica y/o administrativamente sí podría haber semejanza. Y de hecho la hay... SuperSarko lo sabe y mientras levanta puentes sobre ese mar, Turquía se va al garete en su intención de entrar en la UE a pesar de los limpios comicios del Domingo pasado...
En fin...
Tuvo que pasar medio año para que lo anterior se hiciera patente en mi vida. Y eso fue ayer (25 de julio) cuando en el bar “La Taberna del Almirante” de Cádiz, me percaté que un tipo que tocaba el violín en una de las mesas de la terraza entonaba la famosa canción de la película El Padrino. Al oír la melodía, mi subconsciente evocó rápidamente las escenas de la película de Francis Ford Coppola cuando Miguele Corleone está refugiado en precisamente Corleone tras asesinar al capitán de Policía Macklusky y a Sollozzo, el turco, en Nueva York. Miré a mi alrededor y vi los derruidos edificios gaditanos, las terrazas llenas de turistas y la luna nueva en un cielo des-estrellado y concluí que, usando los parámetros impuestos en la producción hollywoodense, podía imaginar sin esfuerzo que estaba en Corleone, el pequeño pueblo de Sicilia; empero estaba en Cádiz la gran ciudad de Andalucía, llamada Gades por los romanos, en el verano de 2007 trabajando para una multinacional.
Una vuelta por Gades
Antes de llegar a esa reflexión, di una vuelta larga por el casco antiguo de Cádiz. Mientras me sentaba en el malecón de la ciudad –que los gaditanos se encargan de subrayar que no tiene nada que envidiarle al famosos malecón de La Habana (de hecho las escenas de “Otro día para Morir”, la última película de Pierse Brosnam como Bond, que supuestamente trascurren en la capital cubana fueron rodadas en la capital de la provincia de Cádiz, España)- entendí que Cádiz se merecía tener un espacio más grande en mi BLOG que las cuatro líneas que le dedico en “Un Recuerdo y Gilbraltar”. (La foto es una vista del mentado malecón, con la Catedral de Santa Cruz de fondo)
Las circunstancias de mi vida me han llevado a Cádiz tres veces en un mes... Es después de Madrid y Segovia, la cuidad que más he visitado en España. No es especialmente bella, pero tiene mar, mar por todos lados y aunque arquitectónicamente quizás necesite una “manito de gato”, mantiene un perfil de ciudad envidiable.
Luego de la vuelta busqué un bar y di con La Taberna del Almirante ubicado en una callejón lleno de terrazas. Como iba sólo y tampoco había sitio en la terraza, me senté en la barra y aunque al principio me hice acompañar por la lectura de Yo, Claudio, no me fue difícil trabar amistad con Juan y Gema las personas que llevaban el bar, además de charlar al pasar con los clientes que iban a la barra. Todo rodeado magníficamente con el sonido del violín, las risas, la excelente temperatura de la noche gaditana...
Pero la noche se hizo noche y el violinista se fue. Juan puso un CD y resultó ser Alta Suciedad de Andrés Calamaro y lo que al principio fueron sólo frases con Gema se trasformaron en discusiones sobre cual era la mejor canción de Calamaro. La chica era guapa y tenía un escote inmoralmente atractivo. Me divertía viendo como los clientes (borrachos portugueses, borrachos italianos) la miraban sin disimulo o sin el disimulo que yo creía poseer (de verdad, y a riesgo de que muchos rebatan la siguiente afirmación con excesivo sarcasmo, soy algo pudoroso como para mirarle la tetas a una chica sin reparos)...
Entre idas y venidas, pues debía poner copas en las mesas, concluimos que Los Aviones era una de las mejores canciones de Andrés... Creo que ese fue el único acuerdo, pues ambos nombramos decenas de canciones y cuando lo hacía uno, el otro respondía “si, tienes razón” y comenzaba a cantarla. Con Los Aviones debe haber ocurrido que la nombramos al mismo tiempo, pero no lo puedo afirmar... ya era muy de noche.
Luego me preguntó si era argentino. Los fantasmas de la identidad aparecieron. ¿Cómo explicarle que era chileno, pero no estaba del todo seguro, pero si que lo era, aunque podría haber nacido en Argentina o en Cuba?... ¿Cómo explicarle eso a una chica que había nacido y crecido en la parte antigua de Cádiz? (Y que se enorgullecía al decir que su madre no había salido del casco antiguo para dar a luz. Eso, señores, es Identidad)...
-Soy chileno, vivo en Madrid.
-Ah, picha, es que to usteé hablan iguar. Argentinos, uruguayos y chilenos hablan iguar y una se confunde. Eh Juan, ¿de donde ‘e la novia de José?... ¿De Uruguay?... De Uruguay, pero habla iguar que tu”
-No, nada que ver. Hablamos muy distinto. Aunque para ustedes debe ser difícil distinguir el acento. Para mi todos los andaluces hablan parecido, pero tu oído podría definir de mejor manera de que parte geográfica es una persona...
-Si picha, los de Sevilla habla muy ma. Lo de Jaen hablan canta’o. Lo de Huerva hablan fatal también y... ¡¡¡los de Almería no hablan jejejeje!!!
Al otro día...
Me despedí de casi todos al irme del Bar. En algún momento de la jornada le pedí fuego a uno de los parroquianos y este me dijo que me prestaba el mechero si le mostraba que leía. Le pasé el libro y comentamos un poco sobre la historia de Roma. Cuando me despedí de él me recordó que me llevase el libro. Yo lo tenía bajo el brazo y le dije que me quedaba muy poco para terminarlo como para dejarlo abandonado, sonrió y me regaló el mechero, pero ya no le quedaba gas...
A la mañana siguiente me junté con los chicos que me Merchanservis me había asignado para ayudarme en mi faena (aún no explico en que consiste mi trabajo, ya lo haré), uno era de Sevilla y el otro de Algeciras. “Anoche trabajé en una fiesta en mi pueblo y no he dormido nada”, se disculpó este último, pero resultó ser mucho más presto que el otro. Mientras hacíamos lo nuestro, y entre llamadas urgentes a Madrid, comprobé lo distinto que hablan los sevillanos y los gaditanos.
Tal como Javi, Gema tenía razón, aunque en un principio no les creí del todo. Pero la intención de este relato no es dejar una moraleja, no siempre hay que creerle a los españoles. Aunque sean de Cádiz o de el País Vasco...
(Pero a Javi si le creo que alguna vez tuvo un dialogó con Yasset Arafat y a Antonio le creo todo lo que me contó sobre la simpatía de la periodista Leticia Ortiz, ahora Princesa...)