7/8/07

Amenazas de bombas

La primera vez que huí de una bomba fue a fines de los ’80. Pero el concepto material de terrorismo-miedo-reivindicaciones políticas aún no cuajaba en mi mente. En aquellos añorables años las variables fanático-islamista o nacionalista-identitaria todavía no aparecían y toda bomba o asesinato acaecido tenía la lógica de la Guerra Fría impregnada en la dinamita o la goma dos (recordar que ETA en su fondo, es un movimiento de izquierda que lucha contra el fascismo).
Ocurrió un sábado de primavera de 1988 a meses o días del trascendental plebiscito del SI y el No, votación que decidiría si Pinochet seguía mandando o se abría la puerta para el advenimiento de la democracia (mis palabras no resumen lo que esto significó y significa para Chile, algún día escribiré algo sobre el 5 de octubre del aquel año)...
Era sábado, recuerdo, porque la escena transcurre en el metro Universidad de Santiago, la estación más cercana del terminal Alameda. Ese día llegaba con mi madre a la capital de la República de Chile a alguna reunión familiar y, como solía ocurrir en esos años, la impuntualidad de mi progenitora se potenciaba con la defectuosa ruta 78 y los destartalados Pullman Bus que unían mi San Antonio con Santiago. En resumen, íbamos muy atrasados...
Pero al comienzo la suerte pareció ayudarnos. Apenas compramos el boleto de metro -yo tenía 6 años y pasaba por debajo del torniquete- la alarma del cierre de puertas comenzó a sonar. Mi madre, con el abultado bolso en la diestra y agarrandome de la mano con la siniestra, bajó rauda por las escaleras y logramos subirnos al vagón por milésimas de segundos. Pero la alarma no dejó de sonar, las puertas seguían abiertas y otros dos rezagados también se subieron al convoy restándole dramatismo al carrerón de mi madre. La gente se impacientaba y yo sacaba cuentas de las paradas que faltaban para llegar a Manuel Montt...
Minutos después el conductor del tren anunció por los alto parlantes que había una amenaza de bomba en la estación Los Héroes y que el servicio del metro quedaba suspendido. La gente se bajó tranquila, más bien molesta por el tiempo perdido. Algunas voces se preguntaban quien sería el autor de tal amenaza: el Frente Patriótico Manuel Rodríguez o el grupo Lautaro. Por que en definitiva fue una amenaza. (Guardando las proporciones el FPMR es a ETA, lo que Lautaro puede ser a GRAPO, es decir más que un par de crímenes y atracos bancarios Lautaro no hizo mucho más y fue desarticulada en breve)
Nos tuvimos que ir en micro, en esas micros pre-pre-pre Transantiago y, como el transito estaba cortado por la Alameda debido a la amenaza de bomba, el autobus dio un rodeo eterno que nos dejó en nuestro destino una hora tarde. Mientras miraba por la ventana el ajetreo, las patrullas de policía con sus sirenas encendidas, la gente corriendo, el chofer de la máquina literalmente se sobó las manos. “Con el metro cerrado, las micros van estar llenitas...”, comentó sonriendo. En efecto la micro en que nos montamos con mi madre estaba repleta, pero alguien le cedió el asiento y yo me fui sentado en su falda.

En definitiva ganó el NO, Pinochet se fue de la Moneda, el Partido Comunista no se alcanzó a subir al carro de la Concertación y su brazo armado no entendió que tras el fin de la Guerra Fría y el retorno de la democracia, el terrorismo ideológico podía ser aparcado. El FPMR se separó y una de sus ramas continuó la “lucha armada” asesinado a balazos al ultraderechista senador de la UDI Jaime Guzmán cuando salía del campus oriente de la Universidad Católica el 1 de abril de 1990. Yo no sabía que significaba ser senador o ser UDI, ni tampoco ultraderechista (la dicotomía en esos tiempos era: Pinochetistas versus no Pinochetistas, Guzmán era de los primeros), pero quedé impactado, tanto así que cuando días después murió el pianista Claudio Arrau pensé que había muerto un “senador”. Nada más importante que ser senador. Cualquier muerte que aparecía en la TV tenía que ser de un senador...
En esos primero años de democracia el FPMR secuestró al hijo del dueño del diario El Mercurio, cometieron varios asaltos y, tras un atraco bancario frustrado, se refugiaron en una casa raptando a una familia durante todo el día. Aquella noche el noticiario nocturno se alargó una hora más esperando el desenlace del rapto -todos los frentistas abatidos por las fuerzas de seguridad, la familia rescatada ilesa- que Canal 13 suspendió la emisión del capítulo de Flash, ese superhéroe que corría rápido y vestía de rojo...
Puede que perpetraran más actos violentos, pero mediaticamente no recuerdo más (salvo, claro está, la gran fuga en helicóptero el 31 de diciembre de 1996 con Mauricio Hernández Norambuena, Ricardo Palma Salamanca, Patricio Ortiz Montenegro, Pablo Muñoz Hoffman colgando en un canasto y todo Chile descorsertado...).

Años después, ya en España
El terrorismo en mi vida da un salto cuantitativo hasta el 12 de diciembre de 2004. Ese día acudí con mi ex cuñado Yago a ver al Real Madrid contra la Real Sociedad al Santiago Bernabeu. Era la primera vez que iba a ese estadio y el partido era malo, así que me preocupé de sacar fotos, ver las gradas, la gente. Transcurría el minuto 77 y el partido iba empatado a uno cuando el cuarto árbitro llamó al juez. El juez llamó a los jugadores y mi ex cuñado me dijo que saliera que algo había pasado o iba a pasar. Otros pocos también comprendieron que algo extraño ocurría. Para cuando anunciaron por los alto parlantes que había una amenaza de bomba de ETA la mitad del público ya había abandonado el estadio en un correcto orden.
Pero claro, eran otro tiempos. Las torres gemelas ya habían caído, el 11-M enlutaba Madrid y España y en Chile se sentía una extraña sensación que la distancia ampararía la calma. Nunca el terrorismo en Chile metió miedo (salvo el terrorismo de Estado), por lo que declaro no estar sensibilizado con el tema. Alguna vez me vi discutiendo con una mujer española sobre ETA y cuando se quedaba sin argumento me soltó: “Tu no sabes lo que es ETA porque tu nunca has vivido el terrorismo”. En rigor, tenía razón y quizás el recuerdo de esa conversación me ha llevado hacer este repaso...
El 7-J estaba en Pamplona viviendo los San Fermines. Fue mediante Gara que me enteré, gracias a las fotos, pues no entendía ni entiendo el vasco; que algo había pasado en Londres. Me fui a un coche a oir que algunos datos más y entre la avalancha de información Radio Nacional de España confirmaba que el gobierno central había subido el nivel de alerta.
Aquello no es menor. Quizás para el resto de los españoles no significase mucho. Pero tras regresar a Madrid después de mi estadía en Navarra verifiqué que el nivel de alarma se hacía tangible y visible con guardias de seguridad armados con rifles y perros en cada tren de cercanías de la capital hispana. Sólo dos veces había visto a un ser humano con una UZI fuera de un recinto militar.
En los tiempos de Pinochet las metralletas abundaban, pero el recuerdo me lleva a un local de Cema Chile (organización de beneficiencia de la esposa de Pinochet) que quedaba al lado de mi casa y el cual estaba resguardado con tres soldados fuertemente armados, a pesar de estar ubicado en un barrio residencial...
(La otra fue en Montevideo, el año 2004, cuando vi a unos guardias bancarios con Uzis y miradas amenazantes).
No es menester decir que el terrorismo logra su objetivo con una facilidad abismante en el primer mundo. No es que asuste, al menos no me asusta del todo que una bomba estalle en Irak o un coche bomba se estrelle en el aeropuerto de Glasgow. Pero logra que el poder establecido reaccione para mantener o salvaguardar el statuo quo. En dictadura las soluciones son rudas y banales: metralleta, tres soldados, desalojo total del metro... En democracia se intentan otros métodos más decentes, pero que igual atentan contra la libertad y la tranquilidad. Invetervenciones telefónicas, impedimentos de llevar shampoo en los aviones, desalojo total del metro (o del aeropuerto). El megaterrorismo mediático inaugurado después del 11-M (antes tambien lo hubo) trae consigo dos consecuencias. Miedo y perdida de libertad. Y en ambos casos el poder, en vez de aplacarlos fortalece esos tristes sentimientos.

1 comentario:

  1. hermano!!!
    todo bien en londres y todo bien en tu blog por lo que veo. Os escribo al vasco y a tí en cuanto pueda respirar, pero me acuerdo de vosotros y os sigo leyendo. Un abrazo

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