En dos días más viajaré al reino de Suecia, aunque, a diferencia del Reino de España o el Reino de Dinamarca –o la Republica de Chile-, Suecia se llama simplemente Suecia. En rigor, y para más, luces visitaré la región sureña de Escania (Skane), donde Malmoe es la capital y a pesar de ser la tercera ciudad en importancia después de Gotemburg, mantiene una fría relación con Estocolmo.
Además, en las ciudades y pueblos de esta zona se desarrollan las aventuras del sagaz y decadente policía Kurt Wallander, cuyas novelas son obra del escritor Henning Mankell.
No deja de ser paradójico, pero la única novela de Wallander que me he leído es “Los perros de Riga”, que como su nombre lo indica, se desarrolla en Letonia, aunque para la ocasión me compré “La pista falsa”. Y es que las novelas negras son un producto de consumo narrativo muy igualitario (siempre el policía o el detective es decadente con la excepción de Maigret de George Simenon) y la gran diferencia entre una y otra es el escenario. Para conocer la realidad social de un país nada mejor que leer la novela negra típica que entrega antecedentes que una guía turística no da. Además, dependiendo de la editorial, es bastante más barato que el precio promedio de las guías turísticas (Trotamundo, Azul, Lonely Planet)... “La Pista falsa”, en la versión de bolsillo de Tusquets viene hasta con mapa incluido...
Como la mayoría de lo países del globo, el primer acercamiento con el concepto “Suecia” está unido irremediablemente al deporte. Primeramente, cuando comencé a tener uso de razón, la lucha en la cima del ranking ATP la llevaban el alemán Boris Becker y el sueco Stefan Edberg. Mi padre apoyaba al primero, pues años antes, para el terremoto de 1985, el equipo de tenis escandinavo de visita en Chile para jugar la Copa Davis “huyó” del país tras los temblores, pero al menos esos años el segundo iba a la cabeza...
Italia ’90 (Grupo C: Brasil, Escocia, Costa Rica y Suecia)
Pero no fue hasta que no leí ese improvisado atlas de tapas amarillas que llegó a mis manos en mayo de 1990, que no profundicé mis antecedentes sobre el nórdico Estado sueco...
Ese atlas no era más que el álbum de cromos del mundial de Italia que fue realmente una enciclopedia para mi. Ahora que han pasado 17 años de que me faltaran seis láminas para completar la colección –tres de las cuales eran del equipo egipcio- compruebo que, con evidentes matices, el cariño que le tengo a los 24 países que participaron en ese mundial se impone a otros... aunque varios de los que dijeron presente en la bota itálica ya no existen (URSS, Yugoslavia, Checoslovaquia)... A través de esa revista me enteré de las capitales, de la población, la silueta de cada una de esas naciones y me abrió el interés por mirar reiteradamente el mapa mundi. Meses después cayo el muro, se disolvió la Unión Soviética, estalló la Ex-Y y todo se fue a la mierda. De golpe aparecieron nuevos países y nuevas capitales que aprender y cada semana los atlas quedaban obsoletos.
Pero volviendo a ese mundial, como olvidar, por ejemplo, la cara de zombie del arquero de Bélgica Michael Prud’Homme o el teñido cabello de Claudio Paul Cannigia o el idéntico rostro de todos los jugadores del equipo surcoreano o la similitud sonora de todos los apellidos del conjunto sueco terminaban en “son”...
Además, en las ciudades y pueblos de esta zona se desarrollan las aventuras del sagaz y decadente policía Kurt Wallander, cuyas novelas son obra del escritor Henning Mankell.
No deja de ser paradójico, pero la única novela de Wallander que me he leído es “Los perros de Riga”, que como su nombre lo indica, se desarrolla en Letonia, aunque para la ocasión me compré “La pista falsa”. Y es que las novelas negras son un producto de consumo narrativo muy igualitario (siempre el policía o el detective es decadente con la excepción de Maigret de George Simenon) y la gran diferencia entre una y otra es el escenario. Para conocer la realidad social de un país nada mejor que leer la novela negra típica que entrega antecedentes que una guía turística no da. Además, dependiendo de la editorial, es bastante más barato que el precio promedio de las guías turísticas (Trotamundo, Azul, Lonely Planet)... “La Pista falsa”, en la versión de bolsillo de Tusquets viene hasta con mapa incluido...
Como la mayoría de lo países del globo, el primer acercamiento con el concepto “Suecia” está unido irremediablemente al deporte. Primeramente, cuando comencé a tener uso de razón, la lucha en la cima del ranking ATP la llevaban el alemán Boris Becker y el sueco Stefan Edberg. Mi padre apoyaba al primero, pues años antes, para el terremoto de 1985, el equipo de tenis escandinavo de visita en Chile para jugar la Copa Davis “huyó” del país tras los temblores, pero al menos esos años el segundo iba a la cabeza...
Italia ’90 (Grupo C: Brasil, Escocia, Costa Rica y Suecia)
Pero no fue hasta que no leí ese improvisado atlas de tapas amarillas que llegó a mis manos en mayo de 1990, que no profundicé mis antecedentes sobre el nórdico Estado sueco...
Ese atlas no era más que el álbum de cromos del mundial de Italia que fue realmente una enciclopedia para mi. Ahora que han pasado 17 años de que me faltaran seis láminas para completar la colección –tres de las cuales eran del equipo egipcio- compruebo que, con evidentes matices, el cariño que le tengo a los 24 países que participaron en ese mundial se impone a otros... aunque varios de los que dijeron presente en la bota itálica ya no existen (URSS, Yugoslavia, Checoslovaquia)... A través de esa revista me enteré de las capitales, de la población, la silueta de cada una de esas naciones y me abrió el interés por mirar reiteradamente el mapa mundi. Meses después cayo el muro, se disolvió la Unión Soviética, estalló la Ex-Y y todo se fue a la mierda. De golpe aparecieron nuevos países y nuevas capitales que aprender y cada semana los atlas quedaban obsoletos.
Pero volviendo a ese mundial, como olvidar, por ejemplo, la cara de zombie del arquero de Bélgica Michael Prud’Homme o el teñido cabello de Claudio Paul Cannigia o el idéntico rostro de todos los jugadores del equipo surcoreano o la similitud sonora de todos los apellidos del conjunto sueco terminaban en “son”...
Entre medio apareció Olafo, pero Olafo, vikingo y todo, es noruego...
Luego vino la lectura obligatoria de “El maravilloso viaje de Nils Holgersson” de Selma Lagerlof; asomó la idea de estado de bienestar, cuya mezcla de palabras me complicaban de sobremanera, pues a esa edad sólo conocía lo que significaba “bien”. El mundial de Estados Unidos hizo el resto, aunque ese mismo año un interesante profesor de historia que tuve en el colegio y que según recuerdo se llama (o llamaba) Jorge Abarca, intentando graficar los resortes de la segunda guerra y la prepotencia del general invierno de Rusia, señaló que igual que Hitler y Napoleón, hubo un rey sueco que también intentó la hazaña de tomar Moscú y también se topó con el gélido invierno de las estepas rusas... “Si lo hubiera logrado todos nosotros estaríamos hablando sueco”, zanjó Abarca y yo quedé impactado. Nunca olvidé el nombre de ese rey: Carlos XII (en la foto), quien osó desafiar a la nieve 1700 en el marco de la Gran Guerra del norte donde el Imperio Sueco, unido al Imperio Otomano, se enfrentó a una abultada alianza de daneses, noruegos, rusos, polacos, prusianos y sajones. Al principio le fue bien, pero la ambición de tomar Moscú le costó caro, como al amigo corso-francés y al amigo austriaco-alemán...
Tras esto, la Suecia imperial del mar Báltico sucumbió y los “asiáticos” rusos entraron en Europa y no saldrían hasta 1991. Suecia quedó condenada a ser una potencia de segundo orden y tener uno de los niveles de desarrollo más altos del mundo que incluyen un estado de bienestar paradigmático que hoy es debate en Estocolmo, luego que los socialdemócratas dejaran el poder el año pasado y la derecha se alzara con el triunfo apelando a un reforma profunda de la política social de Suecia...
El Estado de Bienestar
Las finanzas de Suecia no ha ido bien desde mediado de los ’90. Muchos achacan esta circunstancia a la grandiosidad del Estado, que abarca muchos campos de la economía, y a la llegada cada vez mayor de inmigrantes. A diferencia de los ’70 cuando muchos chilenos exiliados llegaron a Escandinavia, Suecia era un país bullante que necesitaba mano de obra, papel que chilenos y turcos, y en menor medida argentinos y iraquíes, cumplían sin miramientos acoplándose sin mayores problemas a la sociedad receptora. Ahora no hay mucha oferta, pero la demanda continua llegando desde Bosnia, Kosovo, Macedonia, Palestina, Polonia, Rusia, Ucrania...
El apacible pueblo sueco se tensiona al ver tantos inmigrantes cuando la economía no camina. Los inmigrantes no se integran y se sienten mirados en menos. Surge desconfianza y discriminación. Grupúsculos ultraderechistas, racistas e incluso neonazis se han tomado algunos barrios de Estocolmo, Malmoe y Gotemburg. El apacible sueco busca la tranquilidad cediendo uno de sus tesoros más grandes. Por eso elige a la derecha –que además de reformas, prometió mano dura- tras doce aós de gobierno socialdemócrata. Nos enfrentamos ante un momento clave en la historia de Suecia y de lo que en países del tercer mundo se cita reiteradamente como ejemplo de realidad social... Si el líder del sui generis Partido Moderado, Fredrik Reinfeldt, logra pactar y hacer las reformas, uno de los mitos más grandes post-guerra fría sucumbiría, como el Imperio de Carlos XII hace 300 años.
El eco en Chile no sería menos. Aunque nuestro país sigue un camino especial, el ejemplo irlandés de desarrollo suele ser citado por el empresariado y la derecha, mientras que la leyenda –quizás inalcanzable- de un mega estado social que es Suecia es el panegírico de la izquierda socialista. Si este último es modificado, puede que las voces que piden la flexibilidad laboral al estilo irlandés se multipliquen.
Bueno hermano, ya nos contaras que tal te fue por tierras nordicas :P
ResponderEliminarMientras tanto mira un video de youtube que he encontrado por ahi. Disfrutalo: xD
http://es.youtube.com/watch?v=sgYk0b61eHc&mode=related&search=