Los judíos que huyeron a Dinamarca cuando el nazismo invadió Alemania fueron perseguidos también en el país escandinavo, pero en las calles de Copenhague, Odense, Aalborg se produjo uno de los hecho menos conocidos de la guerra, pero de los más dignos. Cuando el general Nikolaus von Falkenhorst, a la sazón gobernador de Dinamarca, impuso que todos los judíos llevasen un brazalete con la estrella de David como primer paso de la segregación, el Rey de los daneses, Cristian X, también lo llevó. “Yo soy el primer judío de mi país”, dijo. El resto de daneses conmovidos imitaron a su soberano y salieron a la calle con un brazalete. La medida germana fracasó. De momento...
En Dinamarca costó encajar la invasión nazi. Históricamente, especialmente en los siglos XVIII y XIX la influencia de una potencia extranjera era latente en los países del norte de Europa y, salvo la relación de Finlandia con Rusia, por lo general era positiva. Noruega con Inglaterra, Suecia con Francia (el actual monarca sueco tiene abundante sangre francesa) y Dinamarca con Prusia y luego con Alemania... Esta influencia no sólo se limitaba al estamento político, sino también al económico y al lingüístico.
Lo anterior no impidió que en la tierra de Hamblet se desencadenara uno de los grupos de resistencias más encarnizados de la II Guerra, lo que incluyó bombas, sabotajes y la deportación de la policía danesa a los campos de concentración en Alemania por mostrase débiles ante los exaltados.
La guerra según Dinamarca
Todo esto es palpable en los rincones de Copenhague. Desde el Churchillparken hasta el Museo de la solidaridad –ubicado a un costado de la famosa sirena de bronce- hay variados monumentos recordando la gesta de la resistencia y de la liberación. Entre estos monolitos hay uno que saluda a “todos los soldados caídos”, es decir, una estatua al soldado desconocido (primera foto), recurso tan usado en la URSS y que levanta desgraciado resquemor en occidente, donde la lógica de que todo soldado es un hombre-una vida- una historia, impera más profundamente que en Moscú, antes y ahora, donde siempre queda la sensación de que el valor de la vida es más bien relativo. (Los marineros muertos en el submarino Kurst el 2000, el asalto al teatro de Moscú el 2002 usando un gas que aún no se sabe como se llama, pero que mató a terroristas y a rehenes por igual y la irrupción del colegio de primaria en Osetia del Norte en septiembre de 2004 son algunos de los muchos ejemplos donde el fin justificó los medios de manera aberrante, pero efectiva).
En fin... El museo de la solidaridad esta bien documentado aunque es más bien testimonial. Pero existe y en sus pasillos se exponen documentos, archivos periodísticos, uniformes, balas entre otras cosas. (Luce, en la cúpula principal, las enseñas nacionales de EE.UU., Gran Bretaña y URSS juntas, alineadas y triunfantes).
Todo esto contrasta enormemente con la situación vivida por Suecia durante los años del nazismo. Suecia jugó a una neutralidad que se balanceaba más al eje que a los aliados. Vendió hierro a Berlín antes y durante el conflicto, por sus vías férreas pasaron vagones cargados de armas para el frente oriental o para mantener la ocupación de Noruega. Cuando el Ejercito Rojo asediaba la capital del Reich, algunos jerarcas nazis, y también algunos personeros del bando aliados, pensaron que una vía comunicante para negociar el “cese de las hostilidades”, más no la rendición incondicional de Alemania, pasaba por los representantes diplomáticos de Estocolmo que aún seguían en Berlín. Algunos dirigentes nazis pensaron en asilarse en dicha legación si el Mariscal Zukov entraba por la puerta de Bradenburgo (lo último sucedió, pero lo primero no).
Ser neutral
En mis casi dos semanas en territorio sueco no logré detectar cual es la real sensación que les provoca al escanio promedio la situación vivida por su país durante la conflagración mundial. A diferencia de Dinamarca sólo hallé dos símbolos que recordaban la tragedia
En la avenida principal de Trellenborg había un bote de cemento con un inscripción que rememoraba las travesías que muchos judíos y miembros de la resistencia danesa efectuaron al cruzar el convulsionado mar báltico para huir a la neutral Suecia. En precarias condiciones y con los a tiro de la base naval del Almirante Doenitz ubicado en Plön.
Sin embargo, lo más llamativo fue una frase. “En svensk tiger” que literalmente tiene dos traducciones: “Tigre sueco”, es una, y el otro quiere decir algo así como “el sueco se queda callado” (tiger significa tigre y callarse en sueco). La frase fue un slogan que el gobierno de unidad nacional de Estocolmo usó durante la II guerra. Hoy esa frase se vende en pines con la cara de un alce o un tigre asustado recordando con cierta vergüenza los sucesos de los años ‘40... Aquello, la venta de pines, fue la única prueba del peso que pueden sentir ciertas generaciones no por la neutralidad, sino por ser amiga del eje. Muchos deben justificar el actuar de Suecia en esos años salvó vidas de suecos, eso nadie lo duda, pero las guerras no dejan indemnes a nadie. Ningún país puede vanagloriarse por no dejarse arrastrar a un conflicto que geográficamente se desarrolla cerca de sus fronteras. Siempre se sufren consecuencias aunque se asuma una neutralidad, ya sea por los refugiados que llegan o por el trauma de no estar, de no ser, de no intervenir por valores pacifistas quizás, pero siempre dañinos.
Opción suiza
Incluso un país panegírico de la neutralidad, que es Suiza, sufre una enfermedad metal grave al respecto. Los helvéticos no van a la guerra, pero están sumamente preparados para ella en un sociedad casi-espartana donde el servicio militar se parece al israelí: un años completo y luego dos meses por año hasta los 45 años de edad. Las carreteras para llegar a Suiza tienen ciertos mecanismos de bloqueo para evitar que carros blindados puedan invadir el país usando las vías cementadas (los Alpes hacen el resto) y poseen la mayor cantidad de refugios atómicos por habitantes en todo el mundo.Además Suiza es el único país que mantiene un ejercito de mercenarios en el mundo, practica tan usual en la historia de la humanidad, pero que con la creación de los Estado-Nación quedó fuera de contexto. Esta es la guardia Suiza del Vaticano.
Incluso un país panegírico de la neutralidad, que es Suiza, sufre una enfermedad metal grave al respecto. Los helvéticos no van a la guerra, pero están sumamente preparados para ella en un sociedad casi-espartana donde el servicio militar se parece al israelí: un años completo y luego dos meses por año hasta los 45 años de edad. Las carreteras para llegar a Suiza tienen ciertos mecanismos de bloqueo para evitar que carros blindados puedan invadir el país usando las vías cementadas (los Alpes hacen el resto) y poseen la mayor cantidad de refugios atómicos por habitantes en todo el mundo.Además Suiza es el único país que mantiene un ejercito de mercenarios en el mundo, practica tan usual en la historia de la humanidad, pero que con la creación de los Estado-Nación quedó fuera de contexto. Esta es la guardia Suiza del Vaticano.
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